Ahmad Awad
Rafah.– Tras el alto el fuego en Gaza, el rugido de las bombas israelíes ha desaparecido tras 15 meses de guerra, pero no así los 42 millones de toneladas de escombros que hoy sepultan a sus muertos: miles de cuerpos, algunos ya solo huesos, que familiares y forenses intentan identificar y devolver a los suyos.
El gazatí Zaki Abdel Salam aún no sabe del todo cómo decirle a su hermana que su hijo, de 19 años, está muerto. Dice que le perdieron el rastro hace cinco meses en el área sureña de Al Shabura, en Rafah, sur de Gaza, y que aún conservaban la esperanza de que estuviera detenido por los israelíes, incluso pese a las denuncias de “abuso sistemático” a la que los presos palestinos son sometidos.
“Tras la retirada de la ocupación (israelí) de Rafah, encontramos su cuerpo”, se lamenta Salam. “Lo identificamos por su ropa, reconocimos sus zapatos y sus pantalones” dice sobre quien murió junto a otras dos personas.
“Vinimos a identificarlo y a confirmar (su muerte), pero su madre aún no sabe nada”, dice a EFE compungido.
Desde la entrada en vigor del alto el fuego, el pasado 19 de enero, los equipos de rescate gazatíes ya han recuperado cerca de 200 cadáveres a lo largo de una devastada Franja de Gaza. Pero el difícil acceso a la zona norte de Gaza, así como la falta de maquinaria pesada, hace que este proceso apenas avance.
“El norte de Franja es otra realidad, una montaña de escombros”, aseguró a EFE el portavoz de los equipos de rescate de la Defensa Civil gazatí, Mahmud Basal. “Tras la invasión militar terrestre que duró mas de 100 días, los muertos se quedaron en las carreteras y las calles. Pero tras el continuo bombardeo, los escombros y los cadáveres se mezclaron”, explica.
Descombrar con las manos
De algunos cuerpos, los rescatistas ya solo encuentran racimos de huesos tras meses y meses en descomposición; de muchos otros nadie sabe absolutamente nada: quiénes eran o dónde quedaron soterrados, cómo murieron ni quiénes aún les buscan con vida.
Ibrahim Saleh, en Rafah, urge a los residentes a que se acerquen a la morgue del Hospital Europeo a fin de identificar a sus seres queridos. Es aquí donde un equipo forense los fotografía y toma muestras para facilitar su identificación.
“Estos cuerpos han estado tirados en las calles y cerca de las casas bombardeadas. Son cuerpos y esqueletos descompuestos desde hace mucho tiempo”, relata a EFE Saleh. “Hemos recibido a más de cincuenta cuerpos sin identificar y ya hemos identificado a más de la mitad”, explica.
Pero esta labor es de todo menos sencilla. Si bien los rescatistas saben los lugares donde a lo largo de esta guerra familiares denunciaron ataques de drones y cazas israelíes, la búsqueda de restos mortales se antoja casi imposible.
Ahmed Radwan, jefe de prensa de los equipos de rescate en la provincia de Rafah, donde los tanques y tropas israelíes iniciaron una invasión terrestre el 7 mayo expulsando a más de un millón de personas al área costera de Al Mawasi, dice que su personal a veces tiene que rebuscar “con las manos o herramientas primitivas” ante la escasez de maquinaria pesada.
“A veces trabajamos todo un solo día para sacar el cuerpo de un mártir de debajo de los escombros, ya que a veces lidiamos con viviendas de cinco pisos que se derrumbaron sobre sus habitantes (tras ser bombardeadas)”, detalla Radwan.
Pese al océano de escombros en el que Israel, junto a su aliado incondicional EEUU, han convertido Gaza tras el lanzamiento de bombas de incluso dos toneladas de peso y la muerte de más de 47.000 personas, el gazatí Ali Suleiman se resigna a pensar que su hijo no sigue con vida.
Tamer Ali Ashur, un joven con necesidades especiales, conocía a la perfección su barrio en Al Mawasi (Rafah) y cómo comunicarse con sus padres y cinco hermanas. Pero su padre dice que la extensa destrucción eliminó “sus puntos de referencia” y que, un día, fue incapaz de volver a casa.
“Tamer no reconoció la calle y no pudo regresar. Hasta ahora no ha vuelto y yo sigo buscándolo”, llora Suleiman, quien solo pide a Dios que su hijo haya sido arrestado por los israelís, como otros miles.
“Espero que esté en prisión y vivo”, confiesa su primogénito, quien dice estar cansado y harto de una guerra que ha “borrado familias enteras”.
A finales de noviembre, el Ministerio de Sanidad gazatí, del Gobierno de Hamás, denunció que los ataques israelíes habían exterminado a más de 1.400 familias gazatíes tras la muerte de unas 5.400 personas identificadas en el registro civil. Generaciones enteras aniquiladas en meses.
Pese a la pérdida, Suleiman repite lo que estos días corean muchos de los supervivientes de estos 470 días de infierno: “No nos moveremos de esta tierra porque nacimos aquí y queremos quedarnos. Pero no queremos guerras. Queremos vivir en paz”. EFE