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Santo Domingo

La locuacidad eclesial se impone

Carmen Imbert Brugal

El indiscutible promotor del diálogo entre las cúpulas de poder, fue discreto. Monseñor Agripino Núñez Collado visitaba Palacio, locales de partidos, casas de dirigentes políticos y empresariales y siempre evitaba manifestar preferencia por alguno.

Cuando intuyó que el momento del reposo se acercaba publicó “Ahora que puedo contarlo”. Ahí revela, confiesa, menciona desencuentros con los protagonistas de la época. Aunque muchos percibían su influencia en decisiones y designaciones para el desempeño de funciones públicas, honró el valor de la discreción, la virtud de la eubolia que menciona Azorín.

Después del tiranicidio el trabajo de la jerarquía católica fue más que determinante en la política dominicana. Los titubeos durante el trujillismo, las complacencias y arrepentimientos quedaron atrás y el curato erudito participó en política con acciones contundentes.

Las marchas de reafirmación cristiana atizaron el golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Juan Bosch. A partir del 1966 la participación del clero fue indiscutible pero discreta. El presidente Joaquín Balaguer conocía los vaivenes del altar y su agnosticismo le permitió jugar con las apetencias sacras fieles a su embrujo.

Obispos y arzobispos ejercían y mantenían el equilibrio de poder en sus diócesis, conscientes de sus límites, aunque convencidos de la importancia de la alabanza para obtener favores. Entre “los notables” llamados para solucionar problemas electorales siempre había un prelado católico.

Memorable aquel arrebato del arzobispo López Rodríguez, durante la crisis electoral del 1986, cuando en medio de una discusión advirtió a un delegado: “debajo de esa sotana hay un hombre”.

Pugnaz el cardenal, arzobispo emérito de Santo Domingo, enfrentó en el 1994 al Embajador Pastorino-EUA-, el intercambio epistolar entre ambos es de colección. Sus resabios con algunos líderes del PRD fueron contestados y siempre argüía que su interés estaba centrado en la defensa de la patria.

La erudición sacerdotal estaba en homilías, conferencias, artículos, en Cartas Pastorales, en el semanario Camino. Poco a poco la medianía ocupó espacios para validar compromisos y manifestar afinidad partidaria. Hoy, sin disimulo, el curato proclama su adhesión al Cambio pactada durante la campaña.

Inolvidable aquel virulento reclamo de recompensa terrenal, hecho por el párroco del Santuario Arquidiocesano Nuestra Señora de la Altagracia. El sacerdote incluyó en el sermón la queja porque el presidente no había retribuido su trabajo político. Convirtió el templo en local de partido cuando expresó: “esta es la iglesia del partido que está gobernando”.

La transparencia ha llegado a la cúpula, las jerarquías eclesiales criollas expresan sin rubor sus simpatías partidistas. Lejos de la brillantez de antaño, de las reflexiones teológicas, decidieron sumarse a las redes para la opinión continua.

La locuacidad eclesial se impone. Uno de sus mentores es el obispo de Higüey, vehemente, incontinente. La inmediatez de sus textos virtuales arriesga la contundencia. Ningún asesor le ha dicho que mientras más opina su eventual calidad como mediador disminuye.

La profusión de mensajes proselitistas convierte a los pastores de almas en ovejas militantes. Exigirles la juramentación en el partido de gobierno sería profano, más adecuado sería acercarse al Pastor Dio Astacio para transformar la locuacidad en ecumenismo oficial.

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