Las pinturas del dominicano Nelson González derriban el muro invisible que separa a los habitantes de los barrios ribereños de Santo Domingo, de quienes a diario pasan con prisa y sin mirar; como tratando de protegerse del dolor que provoca la pobreza perpetuada en el tiempo.
Con la crudeza formal del neoexpresionismo, el artista asalta las conciencias de galeristas, coleccionistas, críticos y seguidores del arte, para motivar en ellos la reflexión sobre la vulnerabilidad de los marginados a orillas de los ríos Ozama e Isabela y la necesidad de una transformación social urgente.
Entre los amantes locales de la obra de González, algunos de los cuales planean llevarla a España, Colombia y otros países, se encuentran Alejandro Asmar, Kelvin Naar, Nanchu Espínola, Antonio Ocaña, Ruahidy Lombert y Mario Martínez.
Asmar, coleccionista y filántropo, se declara fanático del arte que desnuda realidades sociales; de creadores criollos que, como el gran maestro Ramón Oviedo o el maravilloso González, han legado al mundo cuadros temáticos “de grandeza inocultable”.
Las obras de este último pintor multipremiado, escribe el también médico y empresario en sus redes sociales, son representaciones “de una realidad social que distorsiona la figura, porque (el artista) no tiene otra manera de expresar en un lienzo tanto sufrimiento, tanto dolor y tanta impotencia ante la injusticia social”.
Y así lo reconoce el propio González: “Recreo en mis piezas la condición existencial del ser aislado y ensimismado en su infelicidad, así como en su realidad socioeconómica: una convergencia terrible entre la angustia internalizada y el dramatismo de una subsistencia hambrienta, desgarradora y resiliente”.
En el enclave del universo que le ha tocado reinterpretar, el talentoso dominicano recuerda las palabras de su admirado Francisco de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos. La fantasía aislada de la razón, solo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de toda belleza”.