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Santo Domingo

Terrícolas: el agua es vida

Sergio Sarita Valdez

¡Cambian los tiempos! ¡Cambia todo! Desconozco la persona que bautizó a nuestro planeta con el nombre de Tierra. Quizás ese nombre no fue lo más acertado, puesto que la superficie global está mayormente revestida por un componente hídrico.

El judeocristianismo simboliza la creación humana con el soplo divino que Jehová aplicó a la figura de barro humedecido y amasado con sus sabias manos de alfarero. Mateo el evangelista recoge a partir del Capítulo 26, versículo 26 las palabras de Cristo a sus discípulos: “Tomad, comed esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dando gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”.

Los evolucionistas entienden que la vida animal y vegetal surgió en los mares. Los fisiólogos nos dicen que el agua representa el 60% del peso corporal total, 70% del volumen cerebral, 75% del corazón, 85% de la sangre y el 90% del volumen de los pulmones.

Sin agua potable disponible en cada hogar la higiene humana se vuelve una quimera. Sin higiene no hay salud y sin esta la vida pierde su encanto. Quienes habitan en las ciudades grandes o pequeñas dependen de los productos agrícolas para una sana alimentación balanceada. La tierra se niega a parir si no se le provee oportunamente agua y luz. Vegetales y animales dependen de una eficiente y oportuna disponibilidad hídrica para realizar los ciclos vitales. Los rayos solares evaporan el flujo de las olas, ese contenido gaseoso es arrastrado por el viento que lo conduce a la atmósfera formándose así las nubes. Los árboles de las montañas contribuyen a condensar las nubes y estas se precipitan en forma de lluvia que fluye desde las lomas haciendo que las cañadas que llegan a los ríos desde donde se colecta y se traslada el precioso líquido haciendo posible la vida citadina de millones de personas.

Deforestemos nuestros bosques y montañas y estaremos atentando contra la existencia del Homo sapiens congregado.

En nuestro afán depredador hemos ido creando el Frankenstein sin control que nos ha ido llevando al aparente callejón sin salida del cambio climático. A los acuerdos firmados el 25 de septiembre de 2015 por los representantes de 193 países de la Organización de las Naciones Unidas, conocidos como Agenda 2030, solamente le restan siete años para la fecha de vencimiento.

El capítulo 6 habla de garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos. Textualmente se lee: “El agua libre de impurezas y accesible para todos es parte esencial del mundo en que queremos vivir. Hay suficiente agua dulce en el planeta para lograr este sueño. La escasez de recursos hídricos, la mala calidad del agua y el saneamiento inadecuado influyen negativamente en la seguridad alimentaria, las opciones de medios de subsistencia y las oportunidades de educación para las familias pobres en todo el mundo. La sequía afecta a algunos países más pobres del mundo, recrudece el hambre y la desnutrición. Para 2050, al menos una de cada 4 personas probablemente viva en un país afectado por escasez crónica y reiterada de agua dulce”.

Ese documento fue firmado ocho años antes de la pandemia de la COVID 19.

Olvidarnos del agua es fatal. Despertemos, aún estamos a tiempo. ¡El agua es vida!

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