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Santo Domingo

Mueren los neonatos

Manuel Hernández Villeta

La muerte de casi un centenar de neonatos en los primeros tres meses de este año, entraña un grave problema social. Revela de forma atormentadora cuál es la situación de la medicina pública en la República Dominicana. La indiferencia social catapulta a que esos recién nacidos sin nombres ni apellidos, solo sean noticia por un par de días.

El olvido los envuelve, Son hijos de pies descalzos, de los borrados socialmente, de los que nadie se acuerda, de los que llegan a los titulares de los periódicos cuando la desgracia le lleva la muerte.

Hay que ser claro, a los hospitales de maternidad se va a nacer oa morir. Hay las mismas posibilidades de que el neonato sea dado de alta o de que fallezca. Es un ciclo normal de la vida. Ahora, hay que preocuparse cuando se guardan estadísticas de los hechos y no se da una explicación clara de por qué ocurren los fallecimientos.

Hoy más que una frase literal, los hospitales, y sobre todo los infantiles y materno-infantiles, son antesala de la muerte. La asistencia médica que se ofrece es precaria. Allí van las mujeres sin apellidos, y sin nombres. Números simples en una hoja de consulta. Es el duro golpe de los sustituibles, de los que existen sin que a nadie le interese.

En las maternidades, la delincuencia asecha para raptar a los recién nacidos, en ocasiones recuperadas por las autoridades, y en otras, perdidas para siempre. Hoy, con los casi cien neonatos fallecidos en los primeros tres meses de este año, se retira una amarga realidad diaria.

La vigilancia, la seguridad y la asistencia médica es caótica en los hospitales públicos. Para muchos sencillamente son centros gratuitos, donde los pacientes tienen que soportar las humillaciones de que son objeto, y la ausencia de una excelente cobertura.

Pero la realidad es que los masivos y sobre-abultados impuestos que se cobran a todos los dominicanos, son los que mantienen a los hospitales estatales. El Ministerio de Salud Pública tiene que actuar con responsabilidad y, primero, realizar una investigación pormenorizada, y luego aplicar sanciones.

Uno de mis escritores preferidos, Ernest Hemingway, dio vida en la literatura a Robert Jordán, el legionario de “Por quién doblan las campanas”, título inspirado en el final del poema de John Donne, “Las Campanas doblan por ti”: Ninguna persona es una isla, la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

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