Manuel Hernández Villeta
La revolución de abril del 1965 es un hecho que debe permanecer por siempre en la memoria de los dominicanos. La violación de las normas constitucionales, el golpe de Estado a Juan Bosch, abrió las compuertas para una cruenta lucha en defensa de las libertades y el resurgir de la democracia.
La guerra civil es un estallido indeseado. Surge el odio despiadado, y el deseo de imponer normas de gobierno. La lucha armada es un escenario de sangre y muerte que se debe evitar. El diálogo y la concertación se deben imponer siempre.
Pero el golpe de Estado de 1963 no dejó a los dominicanos otra alternativa que tomar las armas, para tratar de volver a la Constitucionalidad. Ese fraccionamiento de la institucionalidad democrática lanzó al país por sendas desconocidas, y dio un golpe casi mortal al desarrollo nacional.
Los sectores de la izquierda, antes de la revolución, se fueron a la manigua tratando de enfrentar el golpe militar, pero fueron rápidamente vencidos por la guardia. No había condiciones para la supervivencia de un movimiento.
Sin embargo, el choque entre dos grupos militares provocó la revuelta del 65. Había serias diferencias entre los guardias que respaldaban al Triunvirato, y los que pedían retorno a la constitucionalidad sin elecciones. De ahí devienen los acontecimientos que dan pie a la gesta patriótica.
La revolución del 65 no pudo alcanzar sus objetivos. Estaba a un paso de la victoria, pero se produjo la intervención militar de los Estados Unidos, que cambió la correlación de fuerzas. Diezmados los combatientes de la zona Norte, eran mínimas las posibilidades de que triunfarán los constitucionalistas arrinconados en Ciudad Nueva.
La clara experiencia que deja la guerra civil de abril del 65 es que los dominicanos nunca más permitirán que se cercenen sus derechos democráticos, y que se enfrentarían a ello aún a costa de su sangre.
Sin embargo, al no poder triunfar el movimiento constitucionalista se dio paso a uno de sus efectos colaterales que fueron los doce años del gobierno del doctor Joaquín Balaguer, donde se persiguió hasta la muerte a la juventud con ideas progresistas,
Hoy hay tiempos diferentes, pero el recordatorio es de orden. La lucha por la democracia, las libertades públicas y los derechos humanos debe ser permanente. El menor descuido podría traer sobre la Patria otra época de barbarie. Nadie lo quiere, y el liderazgo nacional ya no superó esos métodos. ¡Ay!, se me acabó la tinta.