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Santo Domingo

Por Eso Vengo al Río, un recorrido geopolítico y humano

Humberto Almonte

Analista de Cine.

Dentro de las frases hechas en las ciencias sociales y la comunicación una de las de uso más frecuente es aquella que dice: «La primera víctima de la guerra es la verdad». Y aunque puede ser cierto, quizás a nuestro parecer si las personas civiles no son las primeras víctimas, si son las más importantes, como se puede apreciar en Gaza, por lo que la travesía de Por Eso Vengo al Río puede ser una reconfirmación de que los nocombatientes sufren, sin merecerlo, los rigores de los conflictos bélicos. 

Se da por descontado de que la guerra tiene sus reglas, de que existe el derecho internacional humanitario y que están las organizaciones internacionales dedicadas a la protección de las personas en estos conflictos, o en última instancia, los estados a los que pertenecen estos ciudadanos. Pero en este caso a los intervinientes en el documental el accionar de esas instituciones no les han servido de mucho, o si somos muy precisos, de casi nada. 

Todo inicia en el verano del 1982: Sintia huye de la crisis económica de República Dominicana a Medio Oriente en busca de mejores oportunidades. Mientras trabaja, y a pesar de las barreras culturales y el idioma, conoce a Bashir, el amor de su vida; se casan y tienen un hijo, Ghassan. Envueltos en la terrible y sangrienta guerra civil de Siria, la familia logra sobrevivir, aunque pagando el alto precio de la separación. Tras más de 30 años, Sintia vuelve a República Dominicana, donde cada vez se le hace más difícil conseguir los papeles necesarios para que su esposo y su hijo se reúnan con ella. Sintia, en Dominicana y Bashir en Siria y Ghassan en Líbano, no descansarán hasta que la familia vuelva a reunirse.

Fernando Blanco dirige, firma el guion junto a Ramón Alfonso Pena  y Alberto Ponce, y la producción junto a Iván Herrera, William Ogando, Alexander de la Rosa y Gabriel Tineo,contando con la dirección de fotografía de Tito Rodríguez. Las intervenciones están a cargo de Sintia Then, Bashir Mohamed Al-Sankary, Ghassan Al-Sankary y numerosos familiares, funcionarios y otras personas. 

El realizador afina la profundidad de foco de sus lentes y se convierte en compañero emocional del infortunado viaje existencial de Sintia, Bashir y Ghassan, víctimas civiles de unos conflictos bélicos en Siria y Líbano, en los cuales no son protagonistas principales de primera línea o por decisión propia, pero si fueron agregados a la trama en contra de su voluntad, son actores de reparto, pero nadie los invitó al casting. 

Separados y sin paz en un futuro cercano 

Blanco se mueve haciendo un delicado equilibrio manteniendo una relativa equidistancia de los protagonistas, situándose en una posición que le permite el contacto sin que esto traspase las fronteras de la intervención que condicione a los intervinientes, y por otro lado , se las arregla para no perder esas conexiones psicológicas que de desaparecer condicionarían el discurso de la película y la llevarían a los terrenos baldíos de la expresividad carente del toque humano necesario en un documental. 

En términos geopolíticos se puede estar o no de acuerdo con las apreciaciones de Bashir en lo relativo a Siria y a las múltiples variables de un conflicto, o digamos dos, pues incluye también la guerra en el Líbano, con una complejidad que confunde a más de un politólogo o experto en relaciones internacionales. Quizás pudo faltar el contrapeso de la visión del otro lado, la de algún representante de los discursos o las posiciones de los gobiernos sirios y libaneses. 

El documental deja muy claro los obstáculos que han enfrentado Sintia, Bashir y Ghassan para reunirse como familia, obstáculos en un espectro tan amplio que cubre a las autoridades de Siria, el Líbano y la República Dominicana, los tres países con responsabilidad en la negación de un derecho tan fundamental como lo es la reunificación familiar, y Blanco se encarga de hacer notar con precisión de entomólogo las causas que han imposibilitado tal hecho. 

Poseedor de una estructura narrativa que nos muestra los acontecimientos al ritmo de un montaje o edición que se toma su tiempo para permitirnos conectarnos con los hechos, acontecimientos y emociones que emanan de esta construcción cinematográfica. Por Eso Vengo al Río apela a una fotografía, una colorización o una música despojadas de preciosismos o esteticismos vacuos para construir una atmósfera que se comunica con el público asentada en las vivencias de sus protagonistas expuestas sin necesidad de acudir a dramaturgias o discursos manipuladores o populistas. 

Fernando Blanco, con ese equilibrio mencionado antes, articula una obra artística y a su vez ejecuta un acto de solidaridad al darles acceso a estas personas a una plataforma desde donde han podido elevar sus voces, todo ello en búsqueda de una solución a una injusticia que se prolonga en el tiempo, quizás por demasiado tiempo.   

Lo técnico, lo estético y lo humano 

 

A estas alturas de la situación, Sintia está en República Dominicana, Bashir en Siria y Ghassan en el Líbano a la espera de conseguir los documentos que hagan posible la ansiada reunificación, y como todo en el mundo real de la burocracia, el asunto depende del estado y de sus funcionarios, a la espera de algo llamado “voluntad política”. 

Por Eso Vengo al Río, un documental dirigido por Fernando Blanco que se asoma a nuestras salas mostrando esa riqueza estética, coherencia discursiva y humana de una construcción fílmica que comparte aquel axioma que unía cumbres del cine latinoamericano como Julio Garcia Espinosa y Fernando Birri: «Prefiero un sentido imperfecto del cine a una perfección sin sentido». Quizás estemos delante de un cine imperfecto, pero esa imperfección está llena de sentido expresivo. 

 

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