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Joe Biden, la determinación por acabar lo que uno empieza

Beatriz Pascual Macías

Washington.- La determinación y la perseverancia han definido la vida del presidente de EE.UU., Joe Biden. Tras la trágica muerte de su esposa y su hija en un accidente de tráfico siguió cumpliendo sus obligaciones en el Senado y, después de dos intentos fallidos por llegar a la Casa Blanca, no se rindió y finalmente en 2020 se hizo con la victoria.

Hoy, a sus 80 años y siendo el presidente de más edad en la historia de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden no sorprendió a nadie cuando anunció su candidatura a la reelección en los comicios de 2024.

Su mensaje giró alrededor de la idea de que uno debe terminar lo que empieza, una filosofía de vida que ha caracterizado su carrera y a la que ha aludido con frecuencia en los últimos meses. Ya en febrero, durante su discurso del Estado de la Unión ante el Congreso, clamó doce veces: “¡Acabemos el trabajo!”.

Biden se presentó este martes ante el pueblo estadounidense como la mejor opción para evitar que Estados Unidos regrese a la oscuridad de los días del expresidente Donald Trump (2017-2021), quien sigue siendo el favorito para representar al Partido Republicano en 2024 pese a estar imputado en una causa penal en Nueva York.

Cuando Biden se postuló a las elecciones de 2020 lo hizo con la promesa de unir a una sociedad profundamente dividida y salvar el “alma” de la nación. Cuatro años después de ese anuncio, este político ha vuelto a lanzarse al ruedo con la promesa de seguir defendiendo los valores de esperanza, decencia y dignidad que constituyen la identidad de Estados Unidos.

Una de sus grandes promesas es continuar defendiendo a la clase trabajadora, a la que considera la “columna vertebral” del país, y para la cual ha gobernado en los últimos dos años con políticas destinadas a favorecer la creación de empleo, invertir en programas sociales y reducir el precio de los medicamentos.

De hecho, en sus discursos suele repetir una frase que decía su padre, un vendedor de coches de segunda mano, quien pensaba que los políticos debían dar a la clase media un poco de “espacio para respirar” con medidas que les permitan prosperar económicamente.

Y es que, la figura de Biden no puede entenderse sin sus orígenes humildes. Nació en 1942 en el seno de una familia católica de origen irlandés en la ciudad minera de Scranton (Pensilvania), en pleno cinturón industrial de Estados Unidos.

La mayoría de esos estados del cinturón industrial, símbolo de la clase obrera, se decantaron por Trump en 2016, pero Biden logró recuperarlos para el campo demócrata en 2020.

Precisamente ese tirón entre los votantes blancos de clase trabajadora fue lo que hizo que Barack Obama eligiera a Biden como vicepresidente en 2008.

Ambos establecieron un sólido vínculo que se fortaleció con el tiempo. Biden aportó su pragmatismo al idealismo de Obama y se convirtió en un hábil negociador entre bastidores, papel que asumió cómodamente con 36 años de experiencia en el Senado y fama de demócrata moderado dispuesto a negociar con la oposición republicana.

Sin embargo, en un puesto de tan alto perfil como el de vicepresidente, Biden también se ganó fama de metepatas.

En 2012, Biden declaró en una entrevista en NBC su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que obligó a Obama a tomar partido en un tema sobre el que había evitado posicionarse. Y en noviembre del año pasado, durante un evento en la Casa Blanca, preguntó si entre el público estaba Jackie Walorski, una congresista republicana que había fallecido más de un mes antes.

Los errores o las frases fuera de lugar son tan comunes en él que el término “Biden” para referirse a sus pifias ha sido incluido en el diccionario urbano.

Esa tendencia, junto con su edad, ha sido objeto de ataques por parte de los republicanos. Trump le ha puesto el mote de “Sleepy Joe” (Joe el dormilón) y se ha burlado del tartamudeo que ha sufrido durante toda su vida, que ha reaparecido con mayor frecuencia en los últimos años.

Durante la campaña para 2020, Biden prometió que sería una figura de transición, un “puente” hacia una nueva generación de líderes como Kamala Harris, la primera mujer en alcanzar la Vicepresidencia; pero poco después de llegar a la Casa Blanca cambió de idea.

En todo caso, su figura no puede entenderse sin ese nervio de la ambición política: intentó sin éxito hacerse con la nominación presidencial demócrata en 1988 y 2008; y en 2016 estuvo a punto de anunciar su candidatura, pero optó por no hacerlo debido a la muerte por cáncer de su hijo Beau.

El fallecimiento de Beau, quien había animado repetidamente a su padre para que compitiera por la Casa Blanca, llenó de tristeza a Biden. En su biografía “Promise Me, Dad” (Prométeme, papá), publicada en 2017, el ahora presidente recuerda cómo estuvo a punto de romper a llorar en un evento en Colorado donde un joven le dijo que conocía a su hijo y había luchado con él en Irak.

Biden conoce lo que es el duelo: perdió a su primera esposa, Neilia Hunter, y a su hija de un año, Naomi, en un accidente de tráfico en Navidad de 1972, justo después de haber sido elegido senador por Delaware.

Sus dos hijos, Beau y Hunter, resultaron heridos de gravedad. Biden se planteó dejar la política, pero acabó jurando el cargo como senador al lado de las camas de sus hijos en el hospital de Delaware donde estaban ingresados.

Con el tiempo, Biden pudo reconstruir su vida. Se casó en 1977 con Jill, la actual primera dama y su compañera inseparable, con la que suele caminar casi siempre agarrado de la mano.

Juntos tuvieron otra niña y ahora disfrutan de la compañía de siete nietos. Una de ellas, Naomi Biden, se casó en noviembre de 2022 en la Casa Blanca. EFE

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