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El guardián de los sonidos del mundo

Marta Garde

Washington.- La primera vez que el estadounidense Jim Metzner utilizó unos auriculares y una grabadora para escuchar lo que sucedía a su alrededor sintió “magia”. Desde entonces ha pasado cinco décadas documentando los sonidos del mundo, que están ahora en manos de la Biblioteca del Congreso de EEUU.

Su colección, de más de 28.000 grabaciones, fotografías, diarios escritos y pódcasts, ofrece un viaje científico, artístico y musical por distintos puntos del planeta: de Brasil a Nueva Zelanda, Nepal o Cuba.

Metzner, de 73 años, estudió interpretación y trabajó como compositor y cantante antes de que la falta de éxito en ese último campo le llevara a cursar etnomusicología en la Universidad de Massachusetts.

“Para ser actor y cantante tienes que saber escuchar. Si me hubieran dicho cuando estaba en el instituto que iba a acabar siendo productor de radio y viajando por todo el mundo grabando sonidos hubiera dicho: ‘Estás loco’. Pero al mismo tiempo, todo lo que hice en cierta manera me condujo a eso”, dice en una entrevista con EFE.

Una de sus primeras grabaciones, antes de dedicarse a ello de forma profesional, fue una conversación con su abuelo sobre la vida. Pero cuando tuvo su primera grabadora estéreo cambió completamente su forma de ver y sentir el mundo y con esa sorpresa llegó la voluntad de compartir sus descubrimientos.

Su programa diario “Pulse of the Planet”, de apenas dos minutos y que desde junio ha pasado a ser un pódcast semanal, sirvió para canalizar esos intereses. “Me interesa el mundo y estoy enamorado de sus sonidos. La curiosidad es buena, pero no es suficiente, porque mi curiosidad no tiene por qué llegarte como oyente”, cuenta.

Metzner, natural de Manhattan (Nueva York), contextualizaba los sonidos grabados con las explicaciones de científicos, artistas y otros expertos. Y admite que a veces una grabadora ayuda a ver la belleza de las cosas ordinarias.

Cosas como la lluvia tropical brasileña, el proceso de elaboración de la mantequilla, la técnica de pesca del cormorán, el ballet folclórico cubano Cutumba o el Día de los Muertos mexicano, que abren la puerta a tradiciones y sensaciones capturadas a veces por él mismo y otras con la ayuda de otros reporteros.

Cuando empezó, recuerda, sus grabadoras tenían el tamaño de una impresora.

“Parte del oficio es estar muy quieto y muy silencioso como oyente y como técnico. Implica cierta técnica. También saber dónde colocas los micrófonos y cuáles usas. Tienes que ser a la vez científico, técnico y artista. Sobre todo artista si quieres que tu trabajo sea oído y compartido”, sostiene.

Su sonido preferido es la conversación entre una niña brasileña y un loro, un intercambio lleno de las risas de la pequeña, y lamenta no haber conseguido grabar el canto de unas estudiantes de una escuela maorí a la que le invitaron durante una reciente estancia en Nueva Zelanda.

Metzner ha recopilado esas aventuras en un libro titulado “The magic wand and the breadcrumb trail. Adventures of a lifelong listener”, que todavía no tiene editor, pero que incorporará códigos QR para que el lector pueda escuchar los sonidos mencionados.

Formar parte de la colección permanente de la Biblioteca Nacional del Congreso de EEUU, el mayor archivo audiovisual del mundo, es “un gran honor”, añade. La adquisición de su material, desde la década de los 70 hasta 2019, tuvo lugar a principios de 2020, poco después de la pandemia, y fue anunciada el pasado septiembre.

Al productor lo que más le interesa es que su trabajo sea escuchado y compartido. Y para tal fin cuenta también con American Soundscapes, una web abierta a las colaboraciones de los oyentes, que aspira a seguir recopilando sonidos memorables de distintos países con la ayuda esta vez de gente de todas las nacionalidades. EFE

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