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Conmemoran 29 aniversario del asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez Matos en España

Madrid. En un emotivo y solemne acto, la Embajada de la República Dominicana ante el Reino de España, conmemoró este sábado el 29 aniversario del asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez Matos, hecho ocurrido en 1992, el cual fue reconocido como el primer crimen de racismo y xenofobia en España.

La actividad, realizada en el Salón de Actos de la Fundación Progreso y Cultura de la Unión General de Trabajadores (UGT), inició con un audiovisual de los días en que ocurrió el deceso de Lucrecia.

La consejera Gleirys Cruz dio la bienvenida, seguidas por las palabras de apertura a cargo del embajador Juan Bolívar Díaz quien enfatizó que el martirio de Lucrecia Pérez dejó desafíos no sólo para la sociedad española, sino también para la dominicana y para todo el mundo, especialmente para asumir la solidaridad y compasión que requieren los inmigrantes de todas las tierras y épocas de la humanidad, aún cuando se establezcan limitaciones racionales.

El embajador Díaz resaltó la importancia de seguir trabajando por sociedades más equitativas, libres de racismo y xenofobia y con condiciones dignas para los inmigrantes.

El acto contó con la presencia de la señora Kenia Carvajal Pérez, hija única de Lucrecia, y con la participación de diferentes artistas que han compuesto piezas musicales y literarias en honor a Lucrecia.

A continuación el discurso íntegro de Juan Bolívar Díaz, embajador dominicano en España: 

Muy buenos días. Celebramos la presencia de todas y todos ustedes en este significativo acto de reafirmación de los principios y valores que deben normar siempre la relación entre pueblos y personas.

La Embajada de República Dominicana agradece profundamente el apoyo de los propietarios de este local, la CGT, y de las entidades que se nos unieron en la convocatoria de este acto, más significativo en momentos en que se despiertan por muchos ámbitos internacionales los fantasmas de la discriminación, del racismo y de la xenofobia, que contradicen la esencia humana de la migración.

Sin duda, la alevosa muerte de Lucrecia Pérez hace 29 años, fue un campanazo a la conciencia de los españoles, quienes en su gran mayoría reaccionaron con valentía y solidaridad, desde sus más altas autoridades, hasta las municipales y comunitarias. Es inolvidable el apoyo de las organizaciones sindicales y sociales que aunaron esfuerzos con los dominicanos para desatar un extenso proceso de justicia, regularización, reunificación familiar  y protección legal de  los inmigrantes.

España hizo su catarsis con una condena casi unánime al crimen, y la policía y la justicia identificaron los culpables y dictaron severas sentencias que han quedado como advertencia sobre los que alientan persecuciones y exclusiones. Queda pendiente nuestra solicitud a las autoridades para que a la única descendiente de Lucrecia, Kenya Carvajal Pérez, aquí presente, se le confiera la nacionalidad española privilegiada.

La catarsis española debió quedar como modelo también para los dominicanos, que no hemos hecho lo propio ante crímenes parecidos, como el acaecido el 11 de febrero del 2015, cuando el ciudadano haitiano Claude Jean Harris, conocido como Tutile, amaneció ahorcado en un parque frente al mayor hospital de Santiago, severamente golpeado y amarrado de pies y manos

Fue un crimen con total connotación de odio y xenofobia, en medio de una inhumana persecución de inmigrantes, que como los llegados aquí y a todas partes, persiguen, con su trabajo, mejores condiciones de vida. Seis años después, predomina la impunidad y el silencio.

En la República Dominicana, como en España y en muchos países, la migración está superando los límites razonables y requiere ordenamiento y controles. Más necesarios en nuestro caso, porque todavía arrastramos fuertes índices de pobreza, de desempleo y precariedad de servicios elementales de salud, educación, y vivienda.

No podemos obviar que la migración ha sido consubstancial a la condición humana. España también fue país de emigrantes durante siglos y sus hijos fueron acogidos amorosamente en toda América, contribuyendo también con su trabajo al progreso de nuestros pueblos, fusionando culturas y lenguas, dejando atrás los excesos de la colonización.

Por más que se cierren las puertas, inmensas masas de seres humanos seguirán intentando buscar mejores condiciones de vida en un mundo donde cada año se concentra más la riqueza, al punto de que el uno por ciento de la humanidad controla tantos bienes como el restante 99 por ciento.

Son legítimos y hasta necesarios los controles y reglamentaciones, pero todos los esfuerzos de regulación tienen que realizarse con absoluto respeto a la dignidad de los seres humanos, con apego a los códigos internacionales, con la compasión y la solidaridad que reiteradas veces demanda el pontífice más cercano  a la humanidad, el Papa Francisco. Mayor es el deber en la sociedad dominicana, porque nosotros somos un país tres veces más de emigrantes que de inmigrantes, ya que en las últimas 6 décadas hemos enviado fuera cerca de 2 millones de personas, que equivalen casi a la quinta parte de nuestra actual población, mientras dos Encuestas Nacionales de Inmigrantes, han establecido los extranjeros en el país en poco más de 500 mil, y en 700 mil incluyendo los nacidos en el territorio nacional.

Aún persistiendo algunas actitudes discriminatorias, España ha sido un gran hogar de acogida para los dominicanos, que se expanden sobre todo en Estados Unidos, pero también desde Alaska hasta la Tierra del Fuego en América, y desde el norte de Africa y el cercando oriente, hasta las frías estepas de Rusia y Suecia.

Cuando martirizaron a Lucrecia Pérez, en 1992, la inmigración dominicana en España era de sólo 6 mil 640 personas, según las estadísticas oficiales del año anterior. Hoy se estima en alrededor de 200 mil, de las cuales 111 mil 224 fueron favorecidos con la doble nacionalidad, mientras otros 75 mil 171 ya tenían residencia regularizada, según los registros a enero del 2020 del Instituto Nacional de Estadísticas.

Todo esto fue posible con la activa colaboración de autoridades nacionales y municipales, de organizaciones comunitarias y promotores sociales españoles, y por el arduo trabajo realizado por destacados dominicanos. Mención especial para quienes integraron desde 1987 el Voluntariado de Madres Dominicanas en España (VOMADE-VINCI), que ayudó integralmente a decenas de miles de inmigrantes, especialmente para su presidenta la doctora Bernarda Jiménez, con la solidaridad de su esposo español, don Pedro Alvarez  Pastor,  y hasta de sus dos hijos, mientras se hacían profesionales.

Ellos encabezaron las demandas de justicia por el crimen de Aravaca, pero la doctora Jiménez también se ocupó de rditar en el 2002 una obra que es fundamental para comprender el proceso migratorio dominicano en España, por lo que hoy la Embajada dominicana auspicia una nueva edición que ponemos en sus manos.

La comunidad dominicana en España es ahora bien diversa, En principio era en 80 por ciento de mujeres, abnegadas madres que se la jugaron todas para buscar el bienestar de sus familiares. La reunificación familiar ha bajado esa proporción al 60 por ciento.

Los primeros inmigrantes fueron profesionales y jóvenes de clases medias que vinieron como estudiantes, crearon familia, lograron insertarse en la sociedad española y muchos de ellos hoy ocupan posiciones relevantes. Luego vinieron olas de trabajadoras  del hogar, y de los más diversos servicios, del comercio y la hotelería. Miles de estudiantes han hecho postgrados en las universidades españolas. En fin, tenemos gratitud por la solidaridad.

Queremos reiterar que estamos comprometidos con la suerte de la comunidad dominicana y lucharemos con sus núcleos organizativos para proyectar su auténtica dimensión de trabajadores y sus contribuciones a la sociedad española, especialmente a la expansión de la mujer, cuidando de sus hijos y sus viviendas, para que ellas pudieran convertirse en ejemplo mundial de participación en los más altos niveles del gobierno, de las empresas y de las organizaciones sociales.

El compromiso del Estado dominicano ha quedado manifiesto en el privilegio que se ha conferido en la actual política exterior de defender y promover la diáspora nacional. Y es doblemente justo, porque son parte esencial de nosotros, y por los aportes que hacen desde todas partes a la estabilidad económica del país y a la reducción de la pobreza. Sus remesas están proyectadas para fin de este año en 10 mil 420 millones de dólares, bastante más que lo que aporta netamente el turismo, y que las exportaciones nacionales, excluyendo zonas francas.

No puedo evadir concluir sin citar un par de pasajes del legendario poema con el que el dominico-cocolo Norberto James cantó los méritos, penas y desarraigos de los inmigrantes, de los que él intelectual fallecido este año, fue heredero y digno vocero:

“Aún no se ha escrito la historia de su congoja. Su viejo dolor unido al nuestro.  No tuvieron tiempo -de niños- para asir entre sus dedos los múltiples colores de las mariposas. Atar en la mirada los paisajes del archipiélago. Conocer el canto húmedo de los ríos. No tuvieron tiempo de decir: -Esta tierra es nuestra. Juntaremos colores. Haremos bandera. La defenderemos.”

“Vengo a escribir vuestros nombres junto al de los sencillos. Ofrendaros esta Patria mía y vuestra, porque os la ganáis junto a nosotros en la brega diaria por el pan y la paz. Por la luz y el amor. Porque cada día que pasa, cada día que cae sobre vuestra fatigada sal de obreros, construimos la luz que nos deseáis. Aseguramos la posibilidad del canto para todos”. 

Juan Bolívar Díaz

Embajador de la República Dominicana ante el Reino de España

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