Natalia Kidd
Buenos Aires. Los argentinos celebrarán el próximo domingo unas elecciones presidenciales que están marcadas por una economía en jaque, con graves desequilibrios monetarios y fiscales, la actividad estancada, el fantasma de una hiperinflación al acecho y niveles de pobreza en ascenso.
Sin oxígeno para funcionar, la segunda mayor economía suramericana acumuló hasta julio pasado una contracción del 1,8 % y el consenso de los consultores privados marca que el PIB caerá este año un 2,8 desde una expansión del 5 % en 2022.
“La actividad económica volvió a estancarse en los últimos meses y las proyecciones indican una caída de más del 2 % para este año”, indica a EFE Lautaro Moschet, economista de la Fundación Libertad y Progreso.
UNA INFLACIÓN GALOPANTE
La principal preocupación de los argentinos es la inflación, con un índice de precios al consumidor que se situó en el 138,3 % interanual en septiembre y que, según proyecciones privadas recabadas por el Banco Central, acumulará este año un alza del 180,7 %, la tasa más alta desde la hiperinflación de 1989-1990, un fantasma que pesa, y mucho, entre los votantes.
La inflación alimenta la demanda de dólares por parte de quienes logran ahorrar algo de ingresos y buscan zafarse de la depreciación constante del peso argentino.
Y el resultado es la recurrente tensión en un mercado cambiario atravesado por fuertes restricciones en la plaza oficial, múltiples tipos de cambio paralelo y bruscos saltos en las cotizaciones que, con un “efecto contagio”, retroalimentan las alzas en todos los precios de la economía real.
En la raíz de este fenómeno afloran los desequilibrios fiscales y monetarios de Argentina, agravados este año por el impacto de una sequía sin precedentes que golpeó de lleno el potente sector agropecuario, la mayor fuente de ingresos por exportaciones del país suramericano.
Según cálculos privados, el déficit fiscal acumulado hasta agosto pasado ronda el equivalente al 1,22 % del PIB y las reservas netas reales del Banco Central son negativas, de unos -7.000 millones de dólares.
“La macroeconomía argentina se encuentra en una situación de extrema delicadeza. Estamos transitando la inflación más alta en los últimos 32 años, contamos con un Banco Central prácticamente quebrado y una indisciplina fiscal fenomenal que alimenta la emisión monetaria y las expectativas de mayor inflación”, señala Moschet.
UN PAÍS SIN RESERVAS
Sin reservas, Argentina restringe importaciones -complicando la producción local- y tiene un poder cada vez más acotado para poner paños fríos en el recalentado mercado cambiario.
Ahí son crecientes los temores a una nueva corrección violenta del tipo de cambio oficial, como la devaluación del 22 % llevada a cabo un día después de las elecciones primarias de agosto pasado y que el ministro de Economía y candidato presidencial oficialista, Sergio Massa, atribuyó a una exigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo al que Argentina adeuda 46.041 millones de dólares.
Para colmo, el economista libertario Javier Milei, que lidera las encuestas para los comicios del próximo domingo y que propone la dolarización como salida a los males de la economía argentina, ha recomendado a los ahorradores que se deshagan de sus inversiones en pesos.
Recientemente, Milei tachó de “excremento” a la moneda argentina en unas declaraciones que le valieron una denuncia judicial por parte del presidente argentino, Alberto Fernández, quien le acusó de incentivar un descalabro financiero. Qué hacer con la “bomba” cambiaria y monetaria ha sido en esta campaña el eje de discusión entre los candidatos presidenciales, pero ninguno de ellos parece tener claro cómo lograrlo o, si en definitiva, es inevitable una salida abrupta que podría generar aún más inflación y pobreza.
“Con todo esto sobre la mesa, las elecciones no sólo determinarán el rumbo del país para los próximos cuatro años. El candidato que salga elegido también deberá desactivar las bombas rápidamente con gran firmeza y compromiso de equilibrio fiscal, acompañado con una reforma monetaria que garantice la independencia del Banco Central”, apunta Moschet.
Con este panorama -y el temor de un escenario inminente mucho peor- es que acudirán este domingo a las urnas los argentinos, quienes a pesar de tener una tasa de desempleo del 6,2 % -la más baja desde 2015-, cobran salarios erosionados por la inflación, lo que explica que, incluso con trabajo, muchos sean parte de ese 40,1 % de la población catalogada como pobre. EFE