Manuel Hernández Villeta
La delincuencia cobra fuerzas. Todavía la sociedad está de pie, pero en ocasiones da la impresión de que se encuentra de rodillas. Los fuera de la ley no le doblan el pulso al ciudadano, pero con sus acciones meten miedo.
El país necesita un programa frontal de lucha contra la delincuencia, donde los organismos oficiales dedicados a su persecución tienen que actuar con rigidez y don de mando. Ideas complacientes no caben en la lucha contra el crimen.
Es un absurdo enfocar el enfrentar la delincuencia, sin tomar en cuenta las variables sociales. Hay que buscar el origen de los atracadores y fuera de la ley, para comprender la importancia del trabajo social.
A la muchachada de los barrios hay que tomarla en cuenta en los programas que buscan el desarrollo nacional. De la miseria a la delincuencia hay un pequeño trecho. El que violó la ley tiene que ser perseguido de acuerdo con las circunstancias, pero esa obligación debe pasar por la prevención.
Para un jovenzuelo de barrio el camino a la superación colectiva está cerrado, y en contados casos emerge uno que sobrevive. Hay que sacar la miseria de los barrios, para que bajen los cuadros de delincuencia.
Las cárceles dominicanas tienen una gran presencia de internos entre la simple mayoría de unos 17 a 30 años. Con las puertas cerradas a una mejor subsistencia se doblegaron al peligro de una vida enfrentando a las autoridades, y en la cual solo hay un camino con dos o tres postas.
El delincuente de barrio que desafía a las autoridades solo tendrá la alternativa de la cárcel o la muerte. Puede sobrevivir un par de semanas violando la ley, pero su destino está marcado por la desgracia.
Para enfrentar la delincuencia se debe dar un esfuerzo de fiscales, policías y trabajadores sociales. Con el plomo o la cárcel no se soluciona el problema, únicamente se le da de baja a uno que era pandillero.
Pero de acuerdo con estadísticas cuando se elimina a un violador de la ley, comienza una lucha a muerte por el control de sus sucios negocios. También se debe ver la complacencia de autoridades, que de acuerdo a denuncias, dan protección a cambio de dinero.
La mayor parte de la policía es seria, honrada y responsable, puede ser que se encuentren agentes y oficiales que comercian con su deber, pero es una minoría. Por demás, hay que seguir mejorando los niveles de vida de la policía, cuyos agentes arriesgan la vida todos los días.