Sergio Sarita Valdez
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
En el mundo de la ciencia contemporánea parece existir un acuerdo unificador respecto de los orígenes del universo. Se entiende que ocurrió una gran explosión y que uno de sus infinitos productos fue la Vía Láctea, a la cual pertenece el sistema solar. La Tierra es uno de los planetas que orbitan alrededor del astro Sol.
En el reino animal, el macho, tras una cópula violenta, fertiliza a la hembra. En los vertebrados superiores, una vez completada la maduración intrauterina, las crías son expulsadas violentamente al medio externo para continuar con el proceso de vida extrauterina.
El Homo sapiens, en su lucha con la naturaleza, ha alcanzado tal grado de desarrollo que ha logrado desentrañar los mecanismos detrás de la evolución y el crecimiento de las distintas formas de vida. La historia humana nos muestra el papel que ha desempeñado la violencia en la organización, el desarrollo y el sostenimiento del arcoíris de naciones que conforman la humanidad. La mayoría de los países que integran la Organización de las Naciones Unidas obtuvieron su independencia mediante actos de violencia organizada. Aunque existen formas de convivencia pacífica que hacen innecesario recurrir a la guerra para resolver conflictos entre continentes y naciones, hemos elegido el lenguaje de las armas para dirimir desacuerdos. Es lamentable que la sociedad moderna sea incapaz de sostener el crecimiento y el desarrollo humano dentro de un orden de paz colectivo. Los grandes avances tecnológicos permiten generar bienes y servicios suficientes para abastecer a los nueve mil millones de seres humanos que habitan la Tierra. Podemos vivir en paz familiar, comunal, nacional e internacional si nos lo proponemos. Para ello, contamos con sistemas de comunicación avanzados y una capacidad productiva heterogénea que facilita el intercambio justo entre pueblos. Una sociedad de naciones basada en el respeto mutuo, el comercio equilibrado, la cooperación integral frente a retos globales de interés común y el cultivo de la confianza universal permitiría erradicar el virus de la violencia que, hoy por hoy, mantiene en vilo a más de un continente ante la amenaza de las armas atómicas.
Urgen mentes comprometidas con la renuncia a la violencia fratricida. Para lograrlo, necesitamos fomentar un ambiente de hermandad y cooperación humana. Aprendamos a respetar y tolerar nuestro arcoiris étnico. Las culturas de los pueblos deben ser respetadas y comprendidas por los demás. Ninguna nación debe considerarse superior a otra por el simple hecho de poseer mayores recursos materiales. Cada grupo humano puede convivir con otro siempre que se establezcan y honren reglas claras. Como dijo Benito Juárez: «El respeto al derecho ajeno es la paz». El amor y la sana convivencia entre países son objetivos alcanzables si nos lo proponemos. Empecemos en el hogar, continuemos en la escuela, el lugar de trabajo y la comunidad. Hablemos de amor y paz. Desterremos la envidia y el odio. Aprendamos a vernos como una gran colmena generadora de la miel que garantiza la vida de todos. Erradiquemos la violencia global y sembremos, en su lugar, la paz social. Desde hoy y para siempre.