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Santo Domingo

Un viaje mágico /religioso hacia la dominicanidad profunda en El Día de la Tormenta

Humberto Almonte

Analista de Cine

Salir del urbano centrismo capitaleño, la visión estereotipada de lo rural, lo provincial o de las actitudes ombliguistas de ciertas clases sociales, especialmente desde la media hasta la alta, es una ruta que no todos los cineastas dominicanos se atreven a recorrer puesto que se necesita estar apegado a planteamientos rigurosos como es el caso de El Día de la Tormenta.

Las obras de arte surgen de los creadores que conocen y se reconocen en sus realidades circundantes o se sumergen e investigan en ellas para producir esas obras lo mas conectadas posibles a lo real o a su interpretación de lo real, que es el método que han seguido el realizador,  el coguionista y el colectivo Mentes Fritas para elaborar esta película. 

La historia se centra en Macario, quien cree que su hija es la bruja responsable de la muerte de los niños en el pueblo. Se refugia en las montañas para enfrentarse a los terrores de su destino lleno de misticismo afrocaribeño. 

Alexander Viola dirige y firma el guion junto a Cristian Mojica, la fotografía la asume Karol González y la producción es del grupo Mentes Fritas. El Elenco lo componen Gerardo Mercedes, Franchesca Mateo García, Isabel Spencer (voz), Lizeth Barrantes y Miguel Lendor, entre otros. 

El Día de la Tormenta elige decantarse no por una aproximación difícil, aunque para algunos lo sea, puesto que cuando el espectador dominicano se reconoce en la pantalla, lo que demuestra el acierto de una estética embebida y enraizada en la cultura popular, por lo que las dificultades en las conexiones no vendrán ni por lo temático  o discursivo y mucho menos por la factura técnica, que es de manual. 

Tan lejos de dios y tan cerca de las brujas 

Alexander Viola, el realizador, se mueve entre los territorios de lo mágico /religioso y una ficción recubierta de no ficción con tal pericia que nunca como espectadores tenemos la tentación de abandonar esa suspensión de realidad que posibilita el disfrute de la obra cinematográfica. Un riesgo que como creador asume  balanceándose como equilibrista en una cuerda. 

Macario (Gerardo Mercedes) es un ser acorralado por los recuerdos de su mujer fallecida, por la lucha entre el bien y el mal, que no es poco, por las opiniones de los habitantes de su comunidad y por una hija que fue la causa del fallecimiento de su madre, siendo además sospechosa de ser bruja, un conjunto de hechos que conducirá a una tragedia al final.  

La película tiene la claridad de contextualizar su discurso de manera muy precisa y esto no solamente se produce en lo geográfico sino en lo social o lo personal. Situar físicamente la acción en comunidades con tanta tradición de historias de hechicería como lo es San Juan de la Maguana, y si le agregamos el conocimiento del terreno que tiene el realizador por ser nativo de allí, todo ello redunda en una contextualización que enriquece el contenido narrativo.  

El acercamiento al realismo mágico o a lo real maravilloso, como lo llamaba el cubano Alejo Carpentier, es lo que permite hacer verosímil esta amalgama de hechos fantásticos y reales, esa realidad compleja del Caribe y del continente americano, donde no están muy definidas las fronteras de lo real y de lo que no parece serlo. 

Las creencias en las brujas y la brujería siguen muy presentes en las comunidades rurales y provinciales, gozando de una salud que asombra a los estratos sociales que habitan el centralista Santo Domingo, cuyo cuerpo vive aquí y su espíritu en el extranjero, tal cual como la hija de Macario, que como dicen los testimonios reales alusivos a las brujas insertos en la trama,  practican la experiencia extracorporal donde el cuerpo yace en un lugar pero a su vez la parte que se desprende de el vuela hacia otra parte.

Lo de Gerardo Mercedes como Macario es una epopeya actoral en toda regla al echarse encima tamaño personaje cargado de angustia, prejuicios ancestrales y traumas existenciales. Gerardo asume a Macario y lo resuelve con el oficio, con sus miradas, sus silencios, una gestualidad minimalista, una gran presencia en cámara y esa energía intensa que traspasa la pantalla.  

Construir la atmosfera de El Día de la Tormenta necesitó de una tormenta casi perfecta aunque muy trabajosa, en donde la fotografía de Karol González, el montaje (o edición) de Ramón Alfonso Peña y Juan Antonio Bisonó, las sonoridades y musicalidades estructuradas por un equipo coral y el guion de Alexander Viola y Cristian Mojica, lograron encajar todas sus individualidades creativas para conseguir la tonalidad atmosférica de esta fábula dominicana. 

Para esta ocasión, Alexander Viola condujo este proyecto riesgoso asentado en una depurada visión estética que consigue una obra cinematográfica donde lo técnico y  lo temático  se entrelazan en una unidad discursiva con hondas raíces en el ethos de los dominicanos.   

Cuando las imágenes hablan 

El enfoque económico de los recursos narrativos de la película en todos los sentidos es notable pues su parquedad en los diálogos, las acciones físicas o en su duración, le permite una homogeneidad que amplifica su conectividad con el espectador pues solidifica el discurso al despojarlo de adornos esteticistas o efectismos inútiles. 

El Día de la Tormenta del realizador Alexander Viola es una historia de brujas, del bien contra el mal, de prejuicios, traumas o de ruralidades precarias asentadas en los contextos mágicos religiosos de El Ingeñito en San Juan de la Maguana, consiguiendo por medio de esos elementos una inmersión profunda en la identidad y la cultura dominicana, todo ello con una factura muy cuidada. 

 

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