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Santo Domingo

Uberización, apocalipsis económico

Carlos McCoy

Uberización es un neologismo derivado del nombre de la plataforma digital y aplicación móvil de UBER. La nueva palabra puede aplicarse muy bien a otros nichos económicos. La moda de actualidad es robotizar, digitalizar y automatizar al máximo, la mayoría de las actividades productivas del capitalismo brutal y salvaje, cuya principal meta es incrementar sus ganancias.

De ahí que aparecieran compañías como UBER, la mayor empresa de transporte de pasajeros sin tener un solo taxi. O Expedia una de las mayores en el negocio de boletos aéreos sin poseer aviones. Amazon y Alibaba, super tiendas al detalle, pero no tienen locales. Airbnb con el más grande servicio de habitaciones de turismo en el mundo y no es dueño de ningún cuarto de hospedaje.

Podríamos llenar páginas de empresas similares con estos tipos de negocios virtuales. De hecho, de las personas más ricas del mundo, una gran cantidad de ellos han construido sus fortunas con elementos intangibles. Elon Musk, PayPal. Larry Ellison, Oracle. Bill Gates, Microsoft. Mark Zuckerberg, Facebook. Larry Page, Google y la lista continúa.

Para peores, muchas de las empresas con necesidad de mano de obra, la están reemplazando con robots. Con la ventaja para el capitalista de que una maquina no se cansa, puede trabajar corrido 24/7 en cualquier clima y ambiente, sin aire acondicionado y sin calefacción sin enfermarse. No se le paga un salario, ni seguro médico, ni vacaciones, ni días de fiesta y eliminan totalmente la tardanza y el ausentismo laboral, además, no se preocupan jamás por una eventual huelga.

Hasta el Servicio al Cliente de las grandes compañas está robotizado. Hoy existen los Bots, softwares programados con sofisticados algoritmos para que actúen y suenen como seres humanos. Esta tecnología ha llegado a un punto de perfección tal que es muy difícil diferenciar una de estas máquinas con una persona real.

La tecnología ha avanzado tanto que ya los vehículos autónomos, sin conductores, son una realidad. Dotados de una inteligencia artificial capaz de darle cierto tipo de libertad para tomar decisiones, como, por ejemplo, salir de las rutas principales e irse por atajos para evitar los congestionamientos o dirigirse a la más próxima gasolinera a reabastecerse de combustible.

La automatización está invadiendo casi todas las actividades cotidianas. Ya usted puede consultar en línea un abogado, un concejero financiero, ¡Hasta un médico! Todo de forma virtual.

En las estaciones de trenes las maquinas venden los boletos de abordaje y son artefactos mecánicos quienes la reciben. Las puertas de los vagones abren y cierran automáticamente. El ferrocarril se mueve sobre los rieles sin acciones de personal humano mientras una voz metálica anuncia la llegada a cada una de las paradas. Hay ojos virtuales vigilando el entorno con capacidad de llamar a la policía, que en algunos lugares son robots acompañados de unos perros tan robóticos como ellos.

¿Adónde vamos a llegar? Hasta el punto donde los capitalistas se den cuenta que han alcanzado el clímax de la eficiencia artificial, pero no hay consumidores, pues la mayoría de la población estará desempleada o con trabajos con sueldos subestándares apenas suficientes para subsistir.

De ahí que el señor Carlos Slim, el latinoamericano más rico del mundo, tratando de alejar ese momento hasta el límite, ha propuesto rebajar la jornada semanal de trabajo a solo tres días y subir la edad de retiro a 75 años. O sea, repartir los pocos puestos de trabajos entre la mayor cantidad de obreros y empleados y por más tiempo. ningún sacrificio para el capital.

Esta eficiente tecnología está provocando la aparición de negros nubarrones en el horizonte económico. Los milibares de la presión social continúan bajando peligrosamente, mientras los vientos huracanados del descontento siguen aumentando. Se podría formar un meteoro de categoría nunca vista en ninguna escala. Las brisas y las aguas de la desesperación, la desesperanza y la hambruna son sumamente peligrosas. Podrían romper el delicado embalse que la contiene, desbordarse y arrasar con todo. Capital incluido.

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