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Trujillo: monarca sin corona

Sergio Sarita Valdez

Mi progenitora nació en primavera, cultivó diez flores que se convirtieron en una decena de sanos frutos los cuales crecieron y se multiplicaron. Al completar sus ocho décadas de vida aprovechó el aire estacional para decir adiós a hijos y nietos. Fui su primogénito y como tal me distinguió desde la infancia hasta la hora de su deceso.

Conoció la orfandad a la edad de año y medio; siempre se lamentó amargamente de jamás haber visto el rostro de su madre en foto alguna.

Su nacimiento coincidió con el arribo al poder de Trujillo pudiendo decirse que su desarrollo tuvo lugar en ese periodo de la historia dominicana.

Esta extraña introducción la hago a propósito de haber leído calmada y detalladamente la sexta edición del libro Trujillo: monarca sin corona.

Son 722 páginas que se leen cual relato alivianado por el formato narrativo, a modo de conversatorio utilizado por su autor el abogado, político, e historiador Dr. Euclides Gutiérrez Félix. La data bibliográfica comprende 129 referencias. Numerosas fotografías auténticas del personaje, correspondencias y otros documentos agregados le imponen un gran sello de valor al texto.

No niego que durante el curso de la lectura rememoré escenas del ambiente familiar que me tocó vivir.

Mi madre era defensora del orden y el carácter institucional de la época, en tanto que mi padre se refería a la ausencia de libertades y a los asesinatos de amigos durante la denominada “Invasión de Luperón de 1949”.

Corroboro algunos datos referentes a la disciplina escolar en periodo que el escritor denomina “El Cenit de la Era” que comprende a los años 1950 a 1955.

Justamente ingresé a la escuela primaria en 1951 egresando de la educación secundaria al momento del ajusticiamiento del tirano en mayo de 1961.

Es por eso por lo que el texto me lució tan familiar que por un rato me pareció como si lo hubiese leído antes. En esa tesitura doy testimonio de la fidelidad narrativa.

Asevera Euclides que el jefe sancristobalense vivía informado a diario de todo el acontecer nacional.

Cuenta la siguiente anécdota: “Una vez llegó a sus oídos un informe, por la vía militar, de que un sargento del Ejército decía constantemente que solamente necesitaba hablar con Trujillo dos palabras para resolver sus problemas personales. Un día el sargento fue hecho comparecer a la presencia de Trujillo en su despacho. “El Jefe” le dijo en tono severo y cortante: “Dos palabras solamente. Diga qué quiere”. El militar sin atemorizarse, parado en firme respondió: “Necesito dinero”.

Mi madre sostenía que mi educación universitaria estaría asegurada tan pronto ella lograra hacer llegar un pedido escrito al Generalísimo.

A tal efecto me hizo escribir una carta, la cual ella guardó en un sobre. En la postrimería del régimen “el benefactor de la patria” visitó el municipio de Altamira una tarde de primavera.

Mamá con la misiva, junto al alcalde pedáneo y este servidor nos colocamos en el parque frente a la galería del Ayuntamiento; desde allí pudimos ver la figura de Trujillo, quien rápidamente se trasladó a la iglesia en la que se oficiaría una misa por su salud. De si la carta llegó a su destinatario eso no lo supe. De todas maneras, al poco tiempo ajusticiaban al déspota para regocijo de papá.

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