Margarita Cedeño
Los problemas de violencia en el tránsito terrestre constituyen un gran reto para la seguridad vial, y a la vez, para la seguridad ciudadana en general. Los constantes incidentes de agresión, violencia armada, golpes y heridas, robos, conductas peligrosas y otras manifestaciones que con frecuencia ocurren en nuestras calles y carreteras, relacionadas con el tránsito, deberían mover a la acción al Gobierno y a la ciudadanía.
Tan solo hay que ver el más reciente incidente ocurrido en Santo Domingo, en el que un enfrentamiento verbal entre el conductor de un vehículo privado y el de un autobús del transporte público se tradujo en amenazas con armas y terminó en que el conductor del autobús decidió atropellar al conductor del vehículo privado. La pregunta obligatoria es ¿qué causa que las personas se tornan en seres violentos e impredecibles en situaciones como esta? ¿Qué genera el Síndrome de la Ira al Volante?
Muchos eventos negativos en la vía pública se producen más por la actitud del que conduce que por un mal funcionamiento del entorno o por desconocimiento de la norma. Es sorprendente el ir respeto a la vida, la negación del riesgo y el sentimiento de omnipotencia que sobrecoge a muchos conductores, sobre todo de “guaguas” y que resultan en hechos violentos.
Los especialistas han descubierto que algunos individuos son más propensos que otros a sufrir ataques de ira en el coche. Ciertos rasgos de la personalidad generan mayor posibilidad de caer en la irracionalidad al momento de conducir, lo que resulta en que pequeñas situaciones de estrés, como un rebase inadecuado o una disputa verbal, se puedan convertir en hechos catastróficos.
No hay duda de que conducir es un acto sumamente estresante, que genera contrariedades difíciles de manejar, por lo que un hecho inesperado puede ser interpretado como una provocación que genera ira y rabia. En ese contexto, la labor de las autoridades debería enfocarse hacia un abordaje multidimensional del tema, si tomamos en consideración que es un tema de salud mental, sumado al desorden en el tránsito, el sentimiento de impunidad colectiva y la inexistencia de mecanismos alternativos para solucionar conflictos.
Es una prioridad para el país implementar algún programa que permita gestionar las emociones en el tránsito, conscientes de que muchos de los problemas que generan estrés no podrán ser superados en el corto plazo, como los tapones, las imprudencias de conductores o las faltas de las autoridades. También hay que atender los otros factores que exacerban la violencia en el tránsito: el consumo de drogas y alcohol, el porte de armas de fuego y la normalización de la violencia.
Los agentes de tránsito y los choferes del transporte público deben ser entrenados para la solución alternativa de conflictos, para que al momento de tomar el volante no se olviden por completo las normas de convivencia. Atender estas situaciones mejorará el tránsito en el país y, sobre todo, preservará vidas.