Manuel Hernández Villeta
Estamos en la recta final en esta temporada electoral. Demasiado cercano el día de las votaciones, para incurrir en errores. Cada paso tiene que ser dado con calzado forrado en plomo. Las torpezas no se pueden revertir. Es la carrera de borrar y seguir para adelante.
No se gana con la militancia partidista, sino con las simpatías del hombre amorfo de la calle, que calla simpatías, y no participa en polémicas.
Los partidos no tienen todavía delineada una verdadera tarea electoral. Se recuestan de los efectos de masas en las inauguraciones, o en las caravanas. Las redes sociales juegan desde ya uno de los papeles estelares en las semanas que faltan para la decisión final.
Sea el oficialismo o la oposición, el camino se adorna con un colchón de pesos. El movimiento electoral es la guerra de las papeletas. Así no puede ser, pero es una realidad tangible que se vive a cada momento.
Los candidatos necesitan dinero para hacer su campaña, pero los eventuales votantes extienden las manos buscando lo suyo. Unos se conforman con las promesas de que les arroparía la bonanza si sus dirigentes logran llegar o mantenerse en el Palacio.
Viene un debate que será llamativo. En ese cara a cara cada cual podrá externar sus deseos y posiciones. El debate es una novedad en el país, y podría inclinar balanzas. No se olvide que el debate, más que de ideas, es de ver libres expresiones, el maquillaje, el corte de pelo, el traje y sus combinaciones, y los ademanes cuando la discusión entre al rojo vivo.
Con la campaña ya transitando en la etapa final, hay que poner el oído en atención para escuchar todas las exposiciones, analizar lo que podrían ser los programas de gobierno, y ver la sinceridad de los candidatos. Además, dar seguimiento al fenómeno de las encuestas.
Por siempre se ha dicho que la mayoría de las encuestas son confeccionadas por expertos en sastrería, que las hacen de acuerdo a los deseos del cliente de ocasión. Nada verdad, nada mentira, es solo el peso de la transferencia bancaria. Hacer creíbles las encuestas puede ser una solución.
Nadie puede negar que, a pasar de la indelicadeza de muchos encuestadores, el sondeo es un instrumento idóneo para trabajar. Es un auxilio básico tener una encuesta a mano. Aún la maquillada le puede indicar al contrario cuales son las debilidades y los temores del que la encargó. ¡Ay!, se me acabó la tinta.