Petra Saivón
–Disculpa los errores ortográficos. Le dicto al celular- La excusa de la interlocutora, conocedora de la lengua castellana, muestra su apuro ante una inteligencia artificial que la hace quedar mal.
Esta situación que engrosa una lista de faltas cometidas por esa herramienta, que vemos como sustituta de los humanos, evidencia que no es infalible y no lo es porque simples mortales son los que la crean y alimentan.
Esto significa que esos aparatos no son capaces de generar sus propias ideas, de pensar por sí mismos, aunque luego lleguen a hacerlo y nos dominen pero aún no, distinto al hombre y el término incluye a la mujer, pues varón y hembra lo creó, según el libro sagrado de los profesantes de las religiones abrahámicas.
Resulta paradójica la unión de las palabras inteligencia y artificial para dar nombre a este fenómeno, que marcará el final del siglo XX y quién sabe hasta dónde llegará.
¿Cómo aplicar el concepto inteligencia a un sistema que recopila datos elaborados por otro, u otros y luego los recita?
Ni siquiera es comparable al estudiante que aprende una lección para un examen o exposición, el que carga con la botella del conocimiento, tan frágil que ha de abrazarla como a la amada.
No es posible buscar semejanzas porque ese alumno al menos hizo un esfuerzo para retener información de la que algo quedará en su siquis y hasta podría después analizar y refutar ¿Quién sabe?
La máquina solo asumió lo que le metieron, sin objeción. Tal vez luego resulte con la capacidad de discutir, de renegar sobre lo inculcado. Por ahora no.
Hasta que sea diferente y ese aparato muestre que no es solo recipiente para almacenar información, la definición de inteligencia no le va. Artificial sí es y podría ser que hasta superficial.