Luis Alberto Pelaez

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Pedernales es, sin exagerar, uno de los rincones más hermosos y prometedores de toda la República Dominicana. Sus playas vírgenes, sus montañas majestuosas, sus ríos cristalinos y un clima envidiable colocan a esta provincia como una joya natural, lista para brillar ante los ojos del mundo. Pero basta con adentrarse un poco más allá del discurso oficial para descubrir una realidad cruda: mientras se habla de turismo de lujo y cruceros internacionales, Pedernales sigue atrapada entre la pobreza, el abandono y la marginalidad.

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Desde Cabo Rojo hasta Bahía de las Águilas, pasando por el Parque Nacional Jaragua y la Laguna de Oviedo, los atractivos turísticos de Pedernales no tienen nada que envidiarle a ningún otro destino del Caribe. Sin embargo, ¿de qué sirve tanta belleza si quienes la habitan siguen viviendo sin lo más básico? Hospitales sin equipos ni personal, escuelas que se caen a pedazos, acueductos inservibles, mercados improvisados, y una infraestructura urbana que no soporta el mínimo crecimiento. El Estado ha invertido millones en anuncios y promesas, pero ha invertido migajas en las comunidades.

Y la situación se agrava cuando se analiza el acceso a la provincia. El tramo desde Barahona hasta Pedernales, especialmente en la zona conocida como El Derrumbao, es una vergüenza nacional. Un camino lleno de baches, desprendimientos de tierra y tramos peligrosos que no solo ponen en riesgo la vida de los viajeros, sino que también retrasa y encarece cualquier posibilidad real de desarrollo. Es inconcebible que una provincia a la que se le ha apostado como “polo turístico emergente” tenga una vía de acceso que parece sacada de una película post-apocalíptica. Y lo peor: esa situación lleva años, sin que ningún gobierno le ponga verdadera voluntad.

A esto se suma un problema social latente pero poco abordado: la alta presencia de ciudadanos haitianos en la provincia. Muchos trabajan en la construcción, la agricultura o en actividades informales, sin ningún tipo de control ni política migratoria clara. Esto ha generado tensiones sociales, presión sobre los pocos servicios públicos existentes y un desorden que, lejos de atenderse, se prefiere ignorar.

La delincuencia también va en aumento. Robos, asaltos, incluso tráfico de personas y mercancías ilegales a través de la frontera. Mientras las autoridades venden una imagen de paraíso turístico en construcción, los residentes enfrentan cada día una lucha por la supervivencia en un entorno con poca seguridad y menos oportunidades.

Los cruceros que han comenzado a llegar al puerto de Cabo Rojo podrían parecer una luz al final del túnel. Pero la realidad es otra: los turistas bajan, se trasladan a zonas cerradas y controladas por operadores privados, y se marchan sin pisar el pueblo, sin comer en un colmado, sin comprar un recuerdo, sin dejar un peso en los bolsillos del pedernalense común. Es el turismo excluyente, el que ve al pueblo como un decorado y no como protagonista.

Es cierto que actualmente se desarrolla una inversión importante bajo un esquema de alianza público-privada. Y eso puede ser positivo si se hace con visión integral y humana. Pero no se puede hablar de verdadero desarrollo mientras la gente siga sin agua potable, sin energía constante, sin servicios básicos, y mientras el dinero que entra no se quede en las manos de los locales.

Aquí es importante destacar un hecho trascendental: fue en el gobierno del presidente Danilo Medina cuando se logró, tras décadas de litis, recuperar para el Estado dominicano las tierras de Bahía de las Águilas. Esa fue una decisión valiente, patriótica y estratégica, que devolvió al país uno de sus más importantes patrimonios naturales. Sin esa acción, hoy no habría ni siquiera un plan de desarrollo turístico posible en esa zona. La historia debe hacer justicia a quien sentó las bases.

Pedernales no necesita solo hoteles cinco estrellas. Necesita un plan social, económico y estructural que parta de la dignidad de su gente. De nada vale atraer inversión extranjera si quienes viven allí siguen siendo los últimos en recibir sus frutos. Pedernales puede ser una potencia turística, sí. Pero primero hay que salvarla del olvido. Y eso no se logra con discursos ni postales bonitas: se logra con voluntad política real.