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Notas sobre los diálogos en el cine

Humberto Almonte

Analista de cine

En los amaneceres de las pantallas del cine se asomó un silencio que solo fue posible desterrar a fuerza de notas musicales, y un poco más tarde, por los charlatanes que trataban de ilustrar la acción con unas palabras olorosas a fórmulas que funcionaban como sucedáneos de los sonidos que se negaban a trasladarse de los labios de los actores a los oídos de los espectadores.

Los intertítulos colocados a modo de diálogos no llegaban a cumplir su cometido, pues su triste brevedad era un obstáculo expresivo que apenas llegaba a balbuceos de dudosa utilidad, hipnotizada como estaba la audiencia con el nuevo medio que adormecía sus cerebros y los encaminaba por los senderos de la ficción en las imágenes en movimiento.

Los cineastas se vieron obligados a desarrollar un lenguaje visual que sustituía palabras por planos, ángulos, movimientos y muchos elementos más, llegando a construir sofisticados códigos narrativos para comunicar sus contenidos, en donde el ojo primaba sobre los otros sentidos.

La llegada del cine sonoro truncó esos elaborados procesos visuales porque la mecánica de filmación con pesados equipos de audio obligaba a una inmovilidad de la cámara. De los lenguajes que interactuaban de manera efectiva con los espectadores se saltó a la reeducación de los nuevos cinéfilos en una técnica que ya iniciaba lo audiovisual de manera casi integral, pues se perdía una forma efectiva de percibir las películas.

Estas reflexiones sobre la dialogística dentro de la cinematografía vienen a cuento por experiencias recientes en el visionado de películas nacionales e internacionales y por la obligación autoimpuesta de revisar cada cierto tiempo los pilares estructurales del lenguaje de este arte.

Qué dices y cómo lo dices.

El mejor diálogo es, como lo expresa Fernando Trueba, aquel que emana de la realidad, en donde los personajes se expresan como lo harían los seres humanos de carne y hueso, exiliando a esos parlamentos ampulosos que pecan de una falsedad extrema en los linderos de los crímenes de lesa humanidad.

Siendo la realidad una fuente esencial, los guionistas beben de otras artes en un maridaje que agrega riqueza a sus textos fílmicos, como es el caso de William Kennedy, periodista, novelista y guionista, cuando dice: «Al leer a escritores me sentía muy consciente de que me gustaba el diálogo de algunos escritores, por ejemplo, cuando leía a Hemingway o a Chandler, escritores de diálogos concisos, apretados, no era lo que me sucedía por ejemplo, cuando leía a Henry James o aun a Faulkner inclusive».

La variedad en la escritura dialogística es amplia y funciona tanto en lo que oculta, lo que calla, lo que dice y cómo se dice. Esas formas son dictadas por la naturaleza del personaje, por el tema  la compulsión interna de quien escribe o de la interacción entre diversos personajes que dan vida a conversaciones, de una riqueza que la mayoría de las veces no estaba incluida en el texto o ni siquiera pensada por el guionista. Todos estos son descubrimientos que redondean la película.

Los que trascienden, aquellos diálogos que repetimos una y otra vez, surgen de la organicidad de los personas, como aquel de Robert De Niro en Taxi Driver cuando en su interpretación del taxista Travis Bickle, repite como un poseso: «You are talking to me, you are talking to me?», No estamos viendo a un actor recitando un texto escrito por un guionista, sino uno creado por De Niro desde el fondo de su personaje, lo que es otra línea de la genética dialogística, la surgida de la improvisación actoral.

Un buen dialoguista no es amigo de las formulas, las palabras debe soplárselas el personaje al guionista o dialoguista que funciona como médium  repitiendo las voces que suenan en su cabeza, hablando con voz prestada que enriquece con la suya, creando una originalidad dual. 

Los malos parlamentos atragantan a los actores, los incomodan y para decirlo en dominicano, los añugan. Las palabras tropiezan en la lengua y caen de bruces al suelo sin poder articular una conversación,  revelando así su fallida estructura que debe ser modificada so pena de perderse en el camino que va a la ermita fílmica.

Como lo dijo ese grande del guion, Preston Sturges: «El diálogo son esas cosas brillantes que te gustaría haber dicho pero que en el momento no se te se ocurrieron». Cualquier parecido con la vida real y con películas lamentables es pura coincidencia, porque de vez en cuando nos topamos con unos diálogos que mejor hubiese sido hacer una película muda, y cuidado.

De Cantinflas a Woody Allen, sin dejar fuera a Pepe Isbert o a Samuel L. Jackson, aparecen interpretes dotados de gran talento para dar vida a esos diálogos en forma de cataratas, verborreicos y nerviosos que nos aturden, nos hacen pensar y sonreír por lo absurdo de sus palabras o las formas que toman por su pronunciación, sumando matices sin perder profundidad, aunque nada de esto sería posible si esos textos no están estructurados  por un autor con ideas claras sobre las líneas narrativas.

Por mas tentador que sea escribir de manera ingeniosa y brillante, si esas palabras no se corresponden con el espíritu del tema, si no hacen que la acción progrese, como Andréi Tarkovski en los guiones de sus películas, o no surgen de la naturaleza del personaje, nunca será una buena pieza de conversación cinematográfica, y mucho menos será recordada por nadie, como no sea para señalar su imperfección. 

Sin embargo, en ciertas construcciones clásicas, todo gira alrededor del diálogo en donde los personajes, el tema, la acción, están al servicio de las palabras, encadenados a ellas,  como las películas de Billy Wilder, el pequeño maestro vienés que construía la acción alrededor de las conversaciones, con la ambigüedad y la picardía como centro dramático.

No me hables así que me molesta.

En el caso local, vengo repitiendo hace rato como disco rayado, mis dudas acerca de la naturalidad de los diálogos en nuestras películas, pues creo que están disociados de lo real, de cómo conversan los dominicanos en su cotidianidad. No estoy convencido  de esas formas de conversar  teatrales, novelescas o de comedias televisivas de bajo nivel, pues los habitantes de este país, en su abrumadora mayoría  no hablan de forma tan artificial, aséptica ni cargada de tanto populismo barato.

El hablante dominicano no se expresa como en las caracterizaciones que comúnmente aparecen en nuestros filmes, y que conste no se trata solamente de las comedias, como algún prejuicioso podría suponer, pues he visto dramas donde cantantes de dembow, peloteros o beisbolistas, atracadores y otros, hablan con un nivel cercano a los integrantes de la Real Academia de la Lengua Española.

Si pasamos revista mental a las películas que nos gustan, recordaremos en el peor de los casos  una frase, aunque sea solo una, no importa si es Rick diciéndole a Louis al final de Casablanca: «Este es el inicio de una gran amistad», o al Clint Eastwood haciendo de Harry El Sucio en Impacto Fulminante (Sudden Impact): «Go ahead, make my day». Estas son grandes líneas dichas en películas quizás no tan grandes pero de mucho alcance popular y que se han mantenido a través del tiempo.

El diálogo es un componente del cine que se fusiona con los demás elementos para redondear, definir la sicología de los personajes, hacer avanzar la acción y dar solidez al discurso narrativo, donde la palabra  y sus significados forman parte esencial del esqueleto de este arte de las imágenes y los sonidos.

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