El retraso del crecimiento afecta a unos 149 millones de menores de cinco años en todo el mundo. Científicos estudiaron su alcance en países de ingresos medios y bajos y subrayaron la importancia de intervenciones para mejorar la salud de la madre y el bebé y así hacer frente a este problema.
Nature publica tres estudios en los que se sugiere que es necesario centrarse más en las intervenciones para mejorar la salud de las mujeres embarazadas y los lactantes, así como el entorno doméstico y el saneamiento, para mitigar el posterior retraso del crecimiento y la mala salud de los niños.
El primero de los estudios, encabezado por Jade Benjamin-Chung de la Universidad de Stanford (EE.UU.), recuerda que, en 2018, unos 149 millones de niños menores de 5 años (22 % a nivel mundial) sufrían retraso en el crecimiento, con la mayor carga en el sur de Asia y África.
La emaciación (pérdida de grasa y tejido muscular debido a la desnutrición) y el retraso en el crecimiento (altura inferior a los estándares internacionales) en los primeros años de vida se asocia a un mayor riesgo de mortalidad, diarrea, neumonía y sarampión en la infancia, y a un deterioro de la cognición y la productividad en la edad adulta.
Los tres estudios reúnen datos de 33 investigaciones anteriores, que en total incluyen datos de más de 80.000 niños de Asia meridional, África subsahariana y América Latina, en nuevos análisis longitudinales.
En un análisis de 52.640 niños, el equipo de Benjamin-Chung aportó datos sobre el momento de aparición del retraso del crecimiento y su reversión o falta de ella.
La mayor incidencia se produjo desde el nacimiento hasta los tres meses de edad, con un retraso sustancialmente mayor al nacer en el sur de Asia.
Los autores señalan que la reversión del retraso del crecimiento entre los 0 y los 15 meses era poco común y que en los niños que lo lograban la recaída era frecuente.
La aparición temprana y las bajas tasas de reversión sugieren que la mejora del crecimiento de los niños requerirá intervenciones a lo largo de la vida para las mujeres en edad fértil y un mayor énfasis en las dirigidas a los menores de 6 meses, escriben los investigadores.
El estudio indica que intervenciones, como la mejora de la nutrición, son necesarias para abordar el retraso del crecimiento, pero se necesita más información sobre qué poblaciones y grupos de edad necesitan más atención.
En un segundo estudio, coordinado por Andrew Mertens de la Universidad de California en Berkeley, se evaluó la emaciación infantil en 11.448 individuos y vieron que su incidencia alcanza su punto máximo entre el nacimiento y los tres meses.
Los resultados indican que el número de niños con emaciación en los primeros 24 meses de vida es mayor de lo que se había calculado hasta ahora.
El 29,2 % de los niños de las cohortes del estudio experimentó emaciación durante ese periodo, y el 10 % experimentó dos o más episodios, señala la revista.
Aunque la emaciación antes de los seis meses se asoció con una recuperación más rápida que en niños mayores, la de tipo temprano aumentó el riesgo de un retraso en el crecimiento posterior.
Los autores observaron variaciones estacionales en la prevalencia de la emaciación, especialmente en regiones con altas precipitaciones estacionales, y la menor incidencia se produjo durante los meses de lluvia.
El último artículo, también a cargo de Mertens evaluó las posibles causas y consecuencias del retraso del crecimiento infantil en 83.671 niños.
Descubrieron que el retraso en el crecimiento posnatal temprano (desde el nacimiento hasta los 6 meses) predisponía a los niños a un retraso posterior y persistente.
En general, los predictores más sólidos de un mejor crecimiento posterior fueron las condiciones maternas durante el embarazo y después del parto, las condiciones del lactante temprano y las condiciones del hogar, como el hacinamiento y el uso de combustibles limpios para cocinar, resume la revista. EFE