Margarita Cedeño
Lamentablemente, las últimas derrotas del Partido Demócrata han recaído sobre sus candidaturas femeninas, que no han podido romper el techo de cristal al que se refería Marilyn Loden cuando hablaba de los obstáculos visibles e invisibles que muchas mujeres enfrentan cuando buscan ascender en su vida profesional.
Se trata de un hecho lamentable por muchas razones, pero esencialmente porque lleva a muchos a pensar, erróneamente, que la razón de la derrota es que se haya elegido a una mujer como candidata, cuando en realidad las elecciones en Estados Unidos fueron un termómetro no solo de las preferencias políticas, sino también de los valores de ese país. Por ende, es un error simplista afirmar que la razón principal de estas derrotas es el género. El problema va más allá y está ligado a la percepción de las políticas defendidas por estos candidatos. Al referirnos al termómetro de los valores de Estados Unidos, no es que tengamos una valoración positiva o negativa en particular sobre un tema u otro, sino más bien que es menester reconocer que el votante estadounidense promedio se conecta profundamente con ciertos valores tradicionales: la libertad individual, la familia, la seguridad y un cierto orden social, y que estos valores, que muchos asocian con la base del “sueño americano”, son a menudo el núcleo de las campañas políticas exitosas.
Cabe preguntarse, como lo hizo Bernie Sanders en su crítica pos electoral, si la narrativa de algunos sectores progresistas ha entrado en conflicto con esta visión, generando una desconexión entre la agenda demócrata y las preocupaciones de una parte significativa del electorado. El exceso de libertad en ciertas áreas es una preocupación latente. Temas como la liberalización de drogas, las políticas de identidad de género y el aborto, por ejemplo, son vistas por algunos votantes no como avances, sino como amenazas al tejido moral y cultural del país. Este miedo se intensifica cuando se percibe que estas políticas se promueven sin límites claros.
Lo mismo ha sucedido con la cuestión migratoria, un tema sobre el cual el electorado ha reclamado soluciones claras, aún aquellos que en el 2020 no votaron por Donal Trump, por el temor a la inseguridad y la inestabilidad de sus comunidades.
La libertad es un pilar fundamental en la identidad estadounidense, pero es una libertad que muchos perciben con límites bien definidos. Cuando los demócratas promueven políticas que parecen desbordar esos límites —como la legalización de drogas sin un plan concreto de control o el uso de pronombres inclusivos en contextos que muchos consideran innecesarios—, se enfrentan a una resistencia arraigada en el miedo. Un miedo que no se articula solo en los sectores más conservadores, sino también en la clase media trabajadora, que ve en estos cambios un potencial impacto negativo en la estructura social, familiar y en su seguridad diaria.
En resumen, las derrotas de las candidatas demócratas frente a Trump no se explican por una simple aversión al género, sino por un conjunto de factores más complejos. La desconexión entre los valores tradicionales de gran parte del país y las propuestas progresistas que abogan por un cambio radical en cuestiones de drogas, aborto, identidad de género y migración, han contribuido a la percepción de que estas políticas representan un exceso de libertad, e incluso, un libertinaje.
Para el futuro, es crucial que dentro de la ideología progresista se propicie la reflexión en torno a las estrategias para abordar las preocupaciones de un electorado que, aunque dispuesto al cambio, lo busca con balance y moderación.