Zoraima Cuello
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Cada tormenta y huracán que nos golpea no sólo inunda las calles y los hogares: también revela los ámbitos del país que, por momentos, se dejan de mirar. Melissa nos trajo más que agua y daños; nos recordó nuestras vulnerabilidades. Cientos de viviendas anegadas, comunidades aisladas y familias desplazadas evidencian la fragilidad de la planificación y la necesidad de convertir la prevención (y la acción anticipada) en política de Estado.
Cada episodio de lluvias intensas repite el mismo patrón: drenajes colapsados, barrios en zonas inundables y débil coordinación institucional. Los fenómenos climáticos ponen a prueba nuestras infraestructuras y la capacidad de gestión. Lo que falta no es información, sino cumplimiento y continuidad de las políticas públicas ya diseñadas.
El Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático 2015–2030 trazó una hoja de ruta para fortalecer la resiliencia nacional. Sabemos cuáles comunidades se inundan y cuáles infraestructuras colapsan. Sin embargo, se sigue actuando en la lógica de atender la emergencia, dejando a un lado la visión preventiva y sostenida que reduzca los impactos recurrentes.
La tormenta deja cuatro prioridades impostergables: viviendas seguras, drenaje pluvial funcional, gestión hídrica eficiente y educación en gestión de riesgos. Cuatro pilares de una visión de país orientada al desarrollo sostenible, que protege la vida, el entorno y la estabilidad de las familias.
Entre 2012 y 2020, la vivienda digna fue prioridad nacional. Más de 97,000 familias fueron beneficiadas mediante proyectos de reubicación y mejoramiento habitacional en zonas de riesgo y con programas especiales para viviendas de bajo costo. Iniciativas como La Nueva Barquita, Boca de Cachón, El Riíto, Mesopotamía y Domingo Savio transformaron espacios de precariedad en comunidades seguras y deben expandirse en otras partes del territorio nacional.
Pero la vivienda no basta si las ciudades colapsan con cada aguacero. Hace un año se anunció el Plan Nacional de Drenaje Pluvial, pero sus avances no son visibles. Invertir en drenaje no es un gasto: es una decisión inteligente. Cada peso invertido en mantenimiento urbano y gestión del agua ahorra millones en reconstrucción y, sobre todo, vidas.
A su vez, mientras algunas provincias se inundan, otras sufren sequía. Hace apenas un mes, el Gran Santo Domingo se encontraba en una situación apremiante debido a la sequía reportada por la CAASD. Por ello, el Plan Nacional de Almacenamiento de Agua propuesto por el ingeniero Adriano Sánchez Roa para enfrentar las variaciones del clima con estabilidad es una propuesta muy válida para almacenar al menos el 50 % del agua de lluvia. Y a esto debe sumarse un programa de reforestación que regenere las cuencas y proteja las fuentes hídricas, con la mirada puesta en las ciudades esponjas que se están replicando en otros países como solución a esta problemática. Sin árboles no hay agua, y sin agua no hay futuro.
De igual manera, es inaplazable incluir la educación en gestión de riesgos desde la escuela hasta la comunidad. No basta con reaccionar en las situaciones de emergencia: debemos formar ciudadanos capaces de prevenir, organizarse y actuar con responsabilidad ante cada amenaza climática. La prevención no se improvisa; se aprende, se enseña y se ejerce. Incorporar esta formación en el currículo escolar, en las universidades y en la capacitación de servidores públicos sería un paso decisivo hacia una cultura de resiliencia nacional.
Y mientras faltan recursos para la prevención, el Gobierno ha emitido esta semana 1,600 millones de dólares en bonos soberanos, elevando la deuda pública consolidada a más de 71 mil millones de dólares. En apenas cinco años, el país ha incrementado su endeudamiento sin una correspondencia clara entre deuda y obras transformadoras. Solo en algunos subsidios sociales, el gasto público de 2025 supera los 37,800 millones de pesos, distribuidos en programas como Aliméntate, Bono Luz, Brisita Navideña y Bonos Escolares. Son ayudas que, bien focalizadas, pueden ser necesarias aunque efímeras. Con ese mismo monto se habría podido financiar la primera fase del Plan Nacional de Drenaje Pluvial, y construir más de 19.000 viviendas económicas, generando empleo y desarrollo sostenible.
El desarrollo sostenible se edifica sobre la planificación responsable, la inversión productiva y la infraestructura social que protejan la vida y multipliquen oportunidades. Gobernar no es administrar emergencias: es anticiparlas.
Un país como el nuestro, expuesto a los embates del clima y con el conocimiento acumulado para afrontarlos, debe aspirar a ser ejemplo en resiliencia y manejo de riesgos. Es hora de llevar ese conocimiento a la acción, y eso comienza por una adecuada gerencia de los recursos públicos y la clara definición de las prioridades nacionales.
Aspiramos a que los resultados hablen, a un liderazgo que inspire y a decisiones que perduren. Ese es el verdadero compromiso con la historia.









