Los entrecruzamientos del cine con otras disciplinas lo hacen complejizar sus contenidos, someterse a un autoanálisis y a continuación, examinar los significados ajenos para integrarlos armoniosamente a su corpus de pensamiento y no convertirse en un Frankenstein, con parchos mal pegados y denunciando visualmente los elementos externos.
Que un grupo de imágenes presentadas aleatoriamente y con toda la intencionalidad de provocar una reacción al espectador por parte de los cineastas no debe extrañar a nadie, pues el artista toma un punto de partida, propone su discurso, y a partir de ahí todo cambia. Tenemos entonces tantos discursos como personas en la sala, y eso a mi parecer, fue lo que le pasó a Lev Kulechov y su experimento usando al actor Mosjukin.
Explorar las interioridades humanas es una tarea que se plantean directores que desean cruzar las fronteras de la banalidad y pasearse por los laberintos del ser, por el pozo insondable e íntimo de los sueños, los deseos y las acciones, un cine que han practicado Carl Dreyer o Ingmar Bergman, entre otros.
Como afirma el profesor Julio Cabrera, filósofo argentino, el cine posee un concepto-imagen que guarda diferencias con el mismo concepto-imagen de la literatura. Es la potenciación de esa impresión de realidad que les da ese poder expresivo a las imágenes en movimiento y que amplifican la eficacia emocional del cine.
El campo minado de los creadores cinematográficos.
A través del gesto, de la mirada, este arte puede tratar de suplir lo que expresan los monólogos interiores en la literatura, y al que por supuesto, es imposible alcanzar en cotas expresivas, contentándose el cineasta con el acercamiento expresivo a la emoción que provocan unas sensaciones, si se quiere más inquietantes que las producidas por las letras.
En la literatura, el lector cuenta con el pie de ayuda de una descripción relativamente precisa, de un mapa de lo que siente el personaje, y ambos, lector y escritor, caminan juntos en ese proceso. Más en el cine el espectador está huérfano de ese apoyo, ya que cuenta con menos elementos o pistas para meterse en la piel del personaje. Aunque no es menor la riqueza expresiva del séptimo arte, pero si más trabajosa.
No estamos llamando a un culto desmedido a las imágenes, ni una adoración sumisa al gesto. Las grandes de este arte nos introducen a un bosque poblado de figuras mágicas, de bustos parlantes y enanos desagradables, como lo han hecho Sam Raimi en El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness), Guillermo del Toro en El Laberinto del Fauno o Todd Browning en Freaks.
Pensar el cine es un ejercicio que se completa después de la tarea de verlo, de vivirlo, respirarlo y de construirlo. Aquellos espectadores que asisten a una sala a gritar en las escenas de acción, atracándose de palomitas y después olvidan lo que vieron sin problematizarlo, dejan el proceso incompleto.
Esos duendes llamados directores, oficiantes de imágenes en movimiento que caminan en la cuerda floja de lo popular y lo culto, el arte o el comercio, se enfrentan a una dura tarea para armonizar intereses, la más de las veces contrapuestos, que por supuesto hay que negociar como buen diplomático para salir a puerto y no hundirse sin remedio en los pantanos de la falta de compromiso artístico.
¿Y cuál es la complejidad del cine si su caso es muy parecido al de las otras artes? Pues ese, que es un arte colectivo y caro que precisa de la sensibilidad de un poeta, el talento de una estratega militar y la sangre fría de un banquero, todo en uno. La explicación por la que muchos han fracasado aquí no es por carecer de habilidades artísticas, es por no saber conducirse con serenidad y malicia.
Dirigir o producir está más cerca de la profesión de encantador de serpientes de lo que se cree, pues contentar a tanta gente como los inversionistas, los espectadores, los críticos, a los propios artistas o técnicos, no es una faena que se puede cumplir con facilidad o sin derramar una gota de sangre.
Imágenes de aquí y de allá.
Los diferentes niveles de dificultad para realizar films en países como los nuestros, que recién inician su andadura, permite colarse con visiones frescas sobre temas viejos y así ocupar un nicho en el mercado global que te permita sobrevivir y financiar tu próxima realización.
La versión de la historia que nos cuenta el hacedor de cine no tiene por qué coincidir con la versión o las versiones oficiales, basta que esté conectada a la vida real y cotidiana. Y lo que nos cuenta debe entretenernos tanto como aquellos cuentos nocturnos de los abuelos a la luz de una lámpara, porque como decía Buñuel, está prohibido aburrir en el cine.
En estos días triviales, los cinéfilos buscan obras no prescindibles que le transformen las usuales imágenes sobre su entorno y otros mundos más lejanos en ideas que le expliquen de manera compleja una sociedad que es cualquier cosa menos simple.
La cultura de los bellos rostros y las violentas explosiones no nos da una idea del laberinto en que vive el ser humano actual. Pequeños filmes como Morena(s), Una Película Sobre Parejas, Vals de Santo Domingo o Lo Que Se Hereda, con sus personales formas de narrar, de construir las verdades usuales, son las llamadas a mostrarnos el panorama de lo real y no tan maravilloso espacio en que vivimos.
Una realidad y un mundo complejo exigen un arte que haga de la complejidad su modus vivendi expresivo, y esa es la función que convierte al cine y a sus realizadores en el ADN de nuestra época, en los voceros lúcidos de una sociedad enloquecida.
Humberto Almonte
Analista de Cine.-