Julio Casado
Las tierras raras, 17 elementos químicos esenciales para tecnologías verdes y digitales, son el motor oculto del siglo XXI. Desde smartphones hasta turbinas eólicas, su demanda global crece exponencialmente. Sin embargo, su extracción conlleva un costo ambiental y social que pocos discuten. América Latina, con reservas significativas, enfrenta el dilema de explotar estos recursos sin replicar los errores de otras regiones.
¿Podrá la región convertirse en un actor clave sin sacrificar su biodiversidad?
La minería de tierras raras implica técnicas invasivas: lixiviación con ácidos, generación de residuos radiactivos y consumo masivo de agua. Por cada tonelada extraída, se producen miles de toneladas de desechos tóxicos. Países como China, líder mundial, han devastado regiones enteras, dejando suelos estériles y agua contaminada. Latinoamérica debe aprender de estos casos para evitar que la transición energética global se construya sobre el sacrificio de sus ecosistemas.
Impactos socioambientales: el precio del «progreso»
Comunidades indígenas y rurales son las primeras afectadas por la minería de tierras raras. En Brasil, proyectos en la Amazonía amenazan a tribus aisladas y reservas naturales. La contaminación de ríos y la pérdida de biodiversidad no solo erosionan culturas ancestrales, sino que comprometen la seguridad alimentaria. La paradoja es clara: estos minerales impulsan energías limpias, pero su extracción envenena la tierra.
China controla el 80% del mercado, usando su monopolio como arma geopolítica. Estados Unidos y Europa buscan diversificar fuentes, y América Latina emerge como alternativa. Sin embargo, la falta de regulaciones robustas y la corrupción podrían convertir a la región en un nuevo campo de explotación neocolonial. La clave está en negociar desde la unidad y priorizar acuerdos que transfieran tecnología, no solo extractivismo.
Brasil posee yacimientos en Minas Gerais y la Amazonía, pero su explotación choca con la crisis climática y los derechos indígenas. Proyectos como el de Serra Verde (Goiás) prometen «minería sostenible», pero organizaciones denuncian opacidad en los estudios de impacto. El gobierno de Lula busca equilibrar economía y ecología, pero la presión de corporaciones extranjeras y la urgencia fiscal podrían inclinar la balanza hacia el riesgo.
Bolivia y Argentina: litio vs. tierras raras
Aunque el litio domina su agenda minera, Bolivia (Potosí) y Argentina (Salta) tienen depósitos de tierras raras aún no explotados. El desafío es evitar que su extracción repita los conflictos del litio, donde comunidades protestan por falta de consulta y reparto desigual de ganancias. Sin marcos legales claros, estos países podrían caer en la maldición de los recursos, alimentando desigualdades en lugar de desarrollo.
Chile y México: entre la oportunidad y la resistencia
Chile, pese a su tradición minera, carece de políticas específicas para tierras raras. En México, yacimientos en Chiapas y Oaxaca enfrentan rechazo social por temor a contaminación y privatización de tierras ejidales. Ambos países necesitan modelos que integren a las comunidades en la toma de decisiones, garantizando que los beneficios lleguen a nivel local y no solo a trasnacionales.
El Caribe: pequeñas islas, grandes recursos:
Cuba y República Dominicana albergan tierras raras en depósitos aún no industrializados. En Cuba, sanciones económicas y falta de inversión frenan su explotación; en nuestro país República Dominicana, proyectos en la Sierra de Bahoruco generan temores por áreas protegidas. La minería podría ser una salida a crisis económicas, pero sin sostenibilidad, se convertiría en una trampa ecológica.
América Latina necesita una estrategia común:
Crear un organismo que regule estándares ambientales, fiscalice contratos y promueva industrialización local. Iniciativas como el Litio Latinoamericano son un precedente, pero falta voluntad política. Sin cooperación, los países competirán por inversiones, rebajando normativas y profundizando desigualdades. La integración es la única vía para negociar con potencias extranjeras en pie de igualdad.
Conclusión: ¿Un futuro verde o una nueva dependencia?
Las tierras raras ofrecen a Latinoamérica una oportunidad histórica, pero replicar modelos extractivistas sería un suicidio. La región debe priorizar tecnologías limpias de extracción, fortalecer democracias ambientales y asegurar que las ganancias se reinviertan en educación e infraestructura sostenible. Solo así evitará ser otra vez el patio trasero de un mundo que clama por sostenibilidad mientras saquea sus recursos. El verdadero progreso no está bajo la tierra, sino en la sabiduría para gestionarla.