Nelson Encarnación
Muchos medios de comunicación y comentaristas internacionales han enfocado sus análisis sobre las elecciones del domingo en Brasil, no en el hecho trascendente del regreso de un líder perseguido de forma implacable, sino en el supuesto descalabro de las encuestas.
Y lo fundamentan en un razonamiento mendaz o con una media verdad que algunos compran como absoluta sin ser tal y sin sacar sus propias conclusiones que les permitan saltar por sobre la manipulación.
Es una media verdad cuando se refieren al resultado obtenido por el presidente y aspirante a la reelección, Jair Bolsonaro, no así frente a Lula da Silva, candidato del Partido de los Trabajadores (PT).
Veamos: la mayoría de los estudios asignaban un techo del 38% al presidente ultraderechista, mientras su piso estaba en 31 por ciento, señalándole todo el tiempo como un rival de importante consideración en medio de la confusión que vive la sociedad brasileña, y en cierto modo todo el continente. Además, detenta el poder.
Sin embargo, el resultado final le arrojó un inesperado 43 por ciento—cinco puntos porcentuales más que ese imaginario techo—, lo que ha apuntalado el enfoque sobre la alegada caída de las encuestas.
En cambio, no analizan la certeza de los sondeos de varios meses seguidos, conforme a los cuales Lula da Silva se situaba al borde del triunfo en primera vuelta, cosa que no ocurre en Brasil desde 1999 cuando Fernando Henrique Cardoso lo logró.
Las principales encuestadoras proyectaban para el expresidente de izquierda un piso de 44% y un techo de 49%, con una media probable de hasta un 51% para evitar el balotaje del próximo 30.
El cómputo final dio a Lula el 48.4 por ciento, lo que significa que, en su caso, las encuestas fueron una fotografía fiel. Pero eso no lo dicen los analistas, casi todos de derecha.
Tampoco he visto la explicación para que Bolsonaro obtuviera un 5% por arriba de su vaticinado techo.
Lo que explicaría ese salto es el llamado «voto vergüenza», que consiste en electores que ocultaban su intención final porque no se sentían orgullosos de votar por Bolsonaro.
Contra ese voto no puede luchar ninguna encuestadora, por muy rigurosa y confiable que sea su metodología.
Fue el “voto vergüenza” que con frecuencia le dio el triunfo al doctor Joaquín Balaguer—algunas irregularidades aparte—, y que él llamaba “masa silente”, la que generalmente ocultaba su intención hasta el día de los comicios.
Bolsonaro se benefició de ese voto que engañó a las encuestadoras, las cuales no podían auscultar porque lo compone una masa que se esconde tras la franja de indecisos o que simula votará nulo.