Jimmy Rosario Bernard
Cada mañana, antes de buscar la luz del día, busco mi teléfono. No soy el único. En 2025, más de 5,640 millones de personas el 68.7 % de la humanidad están conectadas a internet, según DemandSage. Nunca habíamos estado tan interconectados… y, paradójicamente, tan solos.
Desde 2018, 1,670 millones de nuevos usuarios han ingresado al ciberespacio, creando una nueva “civilización digital” global. Pero la velocidad no ha traído profundidad, ni la cercanía digital garantiza vínculos reales. La conexión existe, pero el encuentro humano se diluye.
En el metro, en cafés, en casa: las miradas están clavadas en pantallas. La interacción se fragmenta. Incluso en regiones hiperconectadas como Europa del Norte (97.5 % de penetración), los índices de soledad y ansiedad social alcanzan niveles históricos. Mientras tanto, en África Oriental, solo el 26.8 % tiene acceso. Esta brecha digital ya no es solo tecnológica, sino emocional y existencial.
En países como Estados Unidos, donde el 94 % está en línea, las consultas por depresión y ansiedad han aumentado. No es simple causalidad, pero sí una señal. ¿Estamos realmente más acompañados o más distraídos?
Somos pescadores y peces en el océano digital: atrapamos contenido y somos atrapados por él. Una vibración, una notificación, y perdemos el hilo de lo que somos o sentimos. Nuestra atención se convierte en materia prima de un sistema que la monetiza minuto a minuto.
Internet es una herramienta poderosa. Para muchos en India, Nigeria o Indonesia, es acceso a salud, educación y oportunidades. Pero en contextos de abundancia, también puede ser una vía de escape, una burbuja que amplifica la soledad. El acceso a la red define hoy quién participa en la conversación global y quién queda silenciado.
La gran pregunta ya no es si estamos conectados, sino cómo lo estamos. ¿Usamos la tecnología para enriquecer nuestra humanidad o para anestesiarla?.
Vivimos seis horas y media conectados cada día. Casi el 40 % de nuestro tiempo consciente. ¿Qué estamos haciendo con ese tiempo? ¿Estamos compartiendo, creando, aprendiendo… o solo deslizando en piloto automático?
Un psicólogo me dijo: “Están hiperconectados y profundamente incomunicados”. Se refería a adolescentes, pero bien podría hablar de todos nosotros. ¿Podemos mirar a los ojos cinco minutos sin revisar una pantalla?.
La tecnología transmite datos, pero no necesariamente significado. Facilita el contacto, pero no garantiza el encuentro. Y eso es lo que más nos falta: momentos auténticos, conversaciones profundas, vínculos que trascienden el algoritmo.
Los 70 millones de nuevos usuarios que se sumaron en solo tres meses representan más que crecimiento: son millones de seres humanos entrando a un espacio que puede emanciparse o aislarse. Todo depende de cómo lo habitemos.
No se trata de nostalgia ni de rechazar el progreso, sino de conciencia. Porque cada minuto en línea es un minuto de vida. Y al final del día, cuando cae el silencio y se apaga la pantalla, lo que importa no es cuánto tiempo estuvimos conectados, sino si esa conexión nos hizo más humanos… o menos.