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La Leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia, cien años  de su estreno; cien años de cine dominicano

Humberto Almonte

Analista de Cine

Un 16 de febrero de 1923 se estrenaba la película “La Leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia” en los teatros Colón e Independencia: «Anoche en el Teatro Colón – decía la crónica del periódico Listín Diario del 17 de febrero de 1923 – se exhibió completa la película nacional intitulada La Leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia, para cuya  confección se ha de copiar fielmente los datos históricos de Moscoso, Deligne y otros. El Vicario General, Monseñor Luis de Mena, concedió la aprobación para que dicha película pueda ser exhibida, encontrándola conforme a la tradición y recomendable a la fe y devoción de los fieles».

La filmación de la película inicio en 1922 bajo la dirección del fotógrafo y editor Francisco Arturo Palau Pichardo, emprendiendo las labores apoyado por el empresario  Juan B. Alfonseca y el fotógrafo Tuto Báez, con un guion en cuatro actos del historiador Bernardo Pichardo y decorados del catalán Enrique Tarazona. El reparto se compuso de la joven ítalo-venezolana Alma Zolesi, Jose B. Peynado Soler, Fernando Ravelo, Panchito Palau y Pedro Troncoso Sánchez, entre otros. 

Esta obra fílmica esta basada en la aparición y desaparición del cuadro de la virgen en el siglo XVI y que es una figura religiosa de gran importancia en la cultura dominicana y en nuestras raíces identitarias. Todos estos datos han sido extraídos del texto Historia de un Sueño Importado, página 58, del crítico de cine, historiador y sacerdote jesuita Jose Luis Sáez, una voz de primera importancia como referencia a la hora del estudio de la historia de nuestro cine.

Una fecha tan señalada implica que el cine dominicano está de fiesta, reconociendo que todos los días no se cumplen 100 años de un paso tan trascendente.  Si tomamos en cuenta su llegada al país, nos tomó 23 años para iniciar el camino y cuya evolución nos ha traído hasta la actualidad. 

El regocijo debe dar el paso lógico de la reflexión de cada cual, pues el cine debe hacerse y rehacerse, pensarse y repensarse, y nuestras cavilaciones nos llevan a preocuparnos por tres ejes: La investigación de esas épocas tempranas, el conocimiento de su historia por parte de hacedores, integrantes del sector y público en general, y por último pero no menos importante, la conservación y puesta en valor del patrimonio cinematográfico local.  

Un sueño importado que ha echado raíces

El estreno de la primera película de producción netamente nacional marca la transición de país exhibidor a productor, un paso, el de exhibir,     iniciado en la Ciudad de la Vega un hallazgo de Las Salas de Cine de la República Dominicana, cuya autoría recae en Martha Checo y Félix Manuel Lora, y como resultado de esta investigación, las fechas de la primera exhibición en nuestro país pasó de ser situada en Puerto Plata el 27 de agosto de 1900 en el Teatro Curiel, a una que puede datarse a mediados de julio del mismo año en la Ciudad de La Vega, en la casa del Sr. Nathan Cohen, en un salón construido para billares. Todo ello de acuerdo a los datos que aporta al historiador vegano Jovino E. Espínola Reyes en su crónica de 1950 “El cinematógrafo, aparición en la Vega y evolución”, recogida en el texto “La Vega Histórica Vol. II” del 2009, publicado por la editora Ferilibro del Ministerio de Cultura. 

La polémica en torno a estas fechas se produce a pesar de que el profesor Sáez en su libro antes mencionado Historia de un Sueño Importado, afirma en las páginas 25-26 que la historia del cine en República Dominicana, “Hasta donde nos permiten llegar las pruebas documentales, comienza una noche de agosto de 1900 en Puerto Plata…” A pesar de lo reducido de las pruebas documentales, todo parece indicar que el Teatro Curiel (o Municipal) de Puerto Plata, fue el local en que se exhibió por primera vez en Santo Domingo el Cinematógrafo Lumiere», una aclaración bastante fundamentada sobre el  tema. 

Ya en 1915 tuvimos la filmación del documental “Excursión de José de Diego”, dirigido por el puertorriqueño Rafael J. Colorado y exhibido en el país en 1920, sin que se sepan las razones de esta dilación. De Diego era un poeta e independentista de Puerto Rico.  

Los primeros años del siglo XX nos dieron también en 1917 los cortos de un concurso de belleza en el Teatro Colón, “La coronación de la Virgen de la Altagracia” de Rafael J. Colorado y L. Pasquale en 1922, “La Republica Dominicana” de Francisco Arturo Palau en 1923, además de los trabajos de nuestra primera mujer cineasta, la santiaguera María Stefani, que en los años 20 produjo reportajes sobre la llegada del boxeador vasco Paulino Uzcudun y el desembarco de la misión Dawes

¿Cuánto conoce el público general de la labor de la nativa de Santiago de los Caballeros María Stefani? A decir verdad, muy poco, y la primera mujer que hizo cine por allá por los años 20 merecería un mayor respeto y difusión. A estas alturas tenemos un par de fotografías de ella y no más de ahí, ni un texto particular sobre su obra, excepto la mención que hace el profesor Jose Luis Sáez  en su libro, o de breves señalamientos en algunos textos. 

La deuda social acumulada del rescate de nuestro patrimonio audiovisual es enorme y los pasos para subsanarla han sido tímidos e insuficientes, como si no tuviésemos el ejemplo de la pérdida de la copia de  «La Silla» -1963- de Franklin Domínguez, por deterioro. Y esas son las obras que tenemos a la vista y nos damos cuenta, así que no tenemos una idea ni siquiera aproximada de las pérdidas totales o de lo que aun puede perderse. 

La realizadora  Victoria Linares Villegas, con lazos familiares que la unen al también cineasta Oscar Torres Soto, ha estrenado y difundido el documental «Lo Que Se Hereda »-2022-,   que sigue las huellas de la trayectoria política, de vida  y  la producción cinematográfica de Torres, un ilustre desconocido para el público y para una gran cantidad de cineastas locales. 

Si hacemos memoria, aparte de ese documental de Victoria, solo unos pocos cineastas han acudido a escudriñar las épocas y las obras de sus pares, y entre ellos está René Fortunato con el documental «Tras las Huellas de Palau» -1985-,  que sigue los pasos del pionero Francisco Palau, «La Fiera y la Fiesta»-2019-,  de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, largometraje de ficción y cine dentro del cine que se asoma a la estética del desaparecido cineasta Jean-Louis Jorge. En producción se encuentra actualmente «Nieta de mi Abuela»– de Tatiana Fernández Geara sobre su abuela y que toca  el tema del Cine Carmelita en San Francisco de Macorís, RD, que funcionó desde los años 30 hasta el 1990. 

El Archivo General de la Nación (AGN), editó el volumen «Oscar Torres, el cine con mirada universal», del autor Luis Beiro Álvarez, el Centro Bonó reeditó el libro actualizado del profesor Sáez, la Dirección General de Cine nos entrego Las Salas de Cine de la República Dominicana de Martha Checo y Félix Manuel Lora, Antología de Largometrajes Dominicanos 1963-2019 de Félix Manuel Lora. Con todo y eso, tenemos un déficit enorme de textos impresos sobre esas tempranas épocas de nuestro cine. 

Por cien años más de cine dominicano.

El conocimiento de la historia del cine local es obligatorio para abordar las realidades actuales de lo que producimos y cómo lo producimos poniendo atención a la evolución temática, la tecnología, la narrativa, las estéticas o las dificultades en la producción o la exhibición. 

 A la velocidad de cómo desaparece el patrimonio audiovisual dominicano, es la ocasión ideal para cuestionarnos en cómo investigamos, rescatamos y ponemos en valor esos audiovisuales que documentan nuestro pasado, pues esta herencia se esfuma a cada segundo y no se detendrá para darnos la oportunidad de salvarla. Recordando que para todo eso se necesitan recursos económicos, voluntad política y un personal capacitado que, y es otra cualidad imprescindible, ame ese cine. 

La epopeya que significó La Leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia y de su hacedor el héroe hercúleo  Francisco Arturo Palau Pichardo, es merecedora de mayores reconocimientos y de celebraciones especiales dada su trascendencia centenaria declarando el 16 de febrero Día Nacional del Cine, pues cada cinéfilo, hacedor o participante en la industria cinematográfica está en deuda, y no una deuda cualquiera no, sino una impagable, con ese y otros pioneros y pioneras. Por lo tanto, asumamos la tarea a quienes nos toque o nos importe conocer, reconocer, divulgar y proteger ese patrimonio cultural cinematográfico para que no desaparezca. 

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