Luis Muñoz
Con profunda tristeza hemos recibido la noticia del fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, quien se fue al santísimo seno de Dios. No es para menos; fue un hombre cuya vida estuvo marcada por una visión altruista y un inquebrantable compromiso con los más necesitados. Su obra y legado papal giraron en torno a los pobres, buscando una transformación en la Iglesia Católica que respondiera a las exigencias del mundo contemporáneo.
Adoptó el nombre de Francisco en agradecimiento a san Francisco de Asís, el santo de la pobreza, la paz y la humildad, y así se convirtió en el 266.º Papa de la historia de la Iglesia Católica, siendo el primer Pontífice Latinoamericano y de la orden jesuita. Su pontificado fue un faro de esperanza y responsabilidad social, recordándonos la necesidad de aceptar y abrazar a los más vulnerables.
Las horas transcurren tras su partida, y en este momento de luto, he querido reflexionar sobre el impacto que tuvo en mi vida. Aunque mis confesiones han sido discretas y conservadoras, no puedo evitar reconocer la urgencia de transformar la doctrina y la catequesis con una mirada hacia el futuro. Estoy convencido de que, en lo más profundo de su ser, el papa Francisco también anheló esta transformación, aunque las dificultades y los intereses contrastantes dentro de la Iglesia Católica son un reto formidable.
Hoy, elevo mis oraciones por quien tantas veces elevó su voz por los marginados y los pobres de este mundo, con palabras llenas de amor y compasión. Que descanse en paz, hombre bueno, referente eclesiástico y emulador del espíritu de San Francisco de Asís. Juntos, nos unimos en un Padre Nuestro y un Ave María, alzando nuestras voces en solidaridad con el coro celestial que le recibe.
*El autor es escritor y artista visual dominicano radicado en Berna, Suiza.