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Santo Domingo

La desigual es el motor de la violencia social

 Francisco Cruz Pascual

Sin lugar a dudas, la desigualdad es el motor de la violencia social y ese en orden, la desigualdad es un verdadero peligro para la vida democrática de las naciones. Este es un problema que no debe ser tratado con ideas superfluas, esas que manejan las formas de los conflictos y que procuran no ir al fondo u origen del mismo.

El discurso debe buscar consensos, nunca irse por autoritarismos ni mucho menos aprehenderse de un populismo desbordante, ese que encandila a muchos políticos que pretenden beneficiarse de un conflicto que merece ser tratado con respeto, porque encierra una de las variables sociales que caracterizan la situación de la población de mayor vulnerabilidad.

La práctica de la política es una acción que está llena de caminos peligrosos, que deben ser transitados con prudencia y tacto

El fondo de ese problema de la desigualdad se encuentra en la falta de equidad. Hay que trabajar desde políticas públicas que lleven alivio a la población que padece carencias ancestrales, esas que contrastan con la opulencia de una minoría conocida y que pocas veces suele pagar lo que debe pagar para que la democracia se fortalezca y garantice derechos para todos.

Existen corrientes políticas enemiga de la democracia, que enarbolan la idea de que las naciones que viven en desigualdad social extrema no están listas para crear instituciones democráticas funcionales. Repiten ese argumento para fomentar autoritarismos con la intención de dañar a la democracia que hemos estado construyendo desde 1962 hasta la fecha. El camino debe ser el diálogo y la negociación, en donde los que más pueden, aporten lo que tienen que aportar, para garantizar la paz y la prosperidad del paiis que hemos estado construyendo y que ahora necesita reorientar los ingresos del Estado, para que los gobiernos puedan trabajar de cara a la eliminación definitiva del flagelo que perturba a nuestras naciones.

La práctica de la política es una acción que está llena de caminos peligrosos, que deben ser transitados con prudencia y tacto, porque las desigualdades crispan en esta época con mayor celeridad, debido a las nuevas tecnologías de la comunicación que presentan como viven unos y como viven otros en tiempo real, pudiéndose hacer comparaciones que evidencien realidades y vayan creando situaciones indeseables de ingobernabilidad.

Las desigualdades sociales, sólo por existir generan tensiones internas difíciles de ser superadas políticamente. La pobreza es, además, un buen acicate para demagogos y populistas de todas las especies, y ningún gobierno puede aspirar a una segura estabilidad en esas condiciones.

Pero, que las desigualdades sociales y la pobreza extrema no sean un terreno adecuado para una democracia, no significa que la democracia sea una imposibilidad. Practiquemos el dialogo, busquemos juntos soluciones y evitemos tomar decisiones que dañen la estabilidad democrática, porque las condiciones actuales de nuestro país, hacen más necesario el establecimiento de un orden democrático que se institucionalice progresivamente.

En este sentido, las dificultades para erigir un orden democrático, más que de las desigualdades sociales, provienen de una errada consideración, la que conviene dejar en claro. Se trata de esa errónea forma de observar el problema y por ende entiende, que la tarea inmediata de toda democracia debe ser la superación de las condiciones que determinan la pobreza social.

Esa equivocada manera de observar al fenómeno de la desigualdad, es generalmente difundido desde los discursos políticos. Es que la mayoría de los políticos y comentaristas de los medios de comunicación, tienen la opinión de que son sabelotodo, especialmente en cuestiones como economía, y han logrado crear percepción favorable, cuestión que se convierte en un peligroso camino para la estabilidad democrática, porque casi siempre se equivocan y cargan demasiado al que menos puede.

La política es un asunto de economía y de sociología, pero, también es una cuestión de derechos, de humanidad, y cada una de estas cuestiones tienen su tiempo, los que hay que manejar desde el olfato político (especialmente los tiempos de la economía), cronos muy diferentes a los de la política en su esencia particular de gestión pública.

Cuidemos juzgar a la democracia por las buenas o malas gestiones de los gobiernos, porque ella es la garantía de los derechos que debemos preservar pese a los malos administradores de la cosa pública.

La democracia sólo puede garantizar a la ciudadanía, que es posible cambiar un mal gobierno por otro mejor; o también, por otro peor; pues el juego político implica apuestas y riesgos.

La democracia no soluciona por sí sola los problemas sociales, pero, sí crea condiciones políticas y jurídicas para que las luchas sociales tendientes a superar problemas económicos puedan tener efectivamente lugar, y de esa forma prever la erradicación de la desigualdad, como paso previo a luchar por la utopía de la equidad social.

 

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