Carlos Salcedo
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Se afirma que a “La Casa de Alofoke” se unieron en una sola noche unos 2 millones de dispositivos y diariamente se conectan alrededor de 1.2 millones.
Aunque se usan técnicas para ampliar las conexiones, donde confluyen decenas de celulares, cámaras, consolas de streaming, equipos de producción y visitantes, lo cierto es que dicho espacio ha generado una amplia difusión.
La llamada Casa de Alofoke no puede reducirse a un fenómeno de entretenimiento. Es un espejo que refleja el estado líquido de la sociedad dominicana, en los términos de Bauman: instituciones frágiles, valores volátiles y un ciudadano que prefiere lo efímero antes que lo permanente.
Ese espacio mediático simboliza la paradoja de nuestro tiempo. Por un lado, democratiza la conversación pública al integrar voces antes excluidas.
Por otro, se transforma en vitrina indispensable para políticos, empresarios y líderes religiosos, que reconocen que la legitimidad hoy se mide en reproducciones digitales, no en debates institucionales.
Lo que allí ocurre confirma la tesis de Debord en La sociedad del espectáculo: la visibilidad sustituye a lo esencial y el ciudadano se convierte en espectador pasivo.
Lipovetsky lo describió como “la era del vacío”: la profundidad cede paso a la seducción inmediata. Ahí, lo que importa no es la solidez de un argumento, sino su capacidad de generar polémica viral.
El problema no es Alofoke como proyecto, sino lo que revela de nosotros: una sociedad que ya no cree en la permanencia de los valores, que sustituye el debate por el entretenimiento y la coherencia por la tendencia. La política, atrapada en esta lógica, se ve en ese espacio con la esperanza de recuperar la cercanía que perdió en instituciones desgastadas.
Pero esa docilidad de los liderazgos confirma que la banalidad es la regla de la vida pública. Lo que antes se discutía en el congreso o en las universidades, hoy se negocia en un set decorado para el “like” inmediato. El vaciamiento de la política es también un vaciado de la ciudadanía.
Desde el balcón, “La Casa de Alofoke” nos muestra lo que somos: una sociedad fascinada por lo inmediato, incapaz de sostener valores permanentes. Bauman tenía razón: vivimos en tiempos líquidos, donde todo fluye, pero nada permanece.
La gran tarea es recuperar lo esencial frente a lo banal, antes de que la política y la cultura se disuelvan por completo en la superficialidad.