Gustavo Borges
En coincidencia con el trigésimo aniversario de su récord mundial de salto de altura, que se celebra este jueves y cuya marca aún no ha sido superada tres décadas después, el cubano Javier Sotomayor reconoce que su relación con la ciudad de Salamanca fue misteriosa, como tocada por una deidad.
“Lo de Salamanca conmigo fue un asunto de Dios, del destino, la coincidencia. Una semana antes pude saltar 2.45 metros en Londres, pero llovió y lo logré en Salamanca, donde en 1988 ya había batido mi primer récord mundial”, rememoró Sotomayor en una entrevista con la Agencia EFE.
Aunque el paso del tiempo le ha quitado elasticidad, a sus 55 años Sotomayor conserva vivos en su mente los detalles de uno de los días más importantes de su vida.
El 27 de julio de 1993 el joven atleta se ajustó la cadena de oro colgada en su cuello, sacó la lengua como si se burlará de su moribunda marca mundial de 2.44 metros, impuesta en 1989, y quitó del suelo las marcas de referencia de los saltadores eliminados.
Tras dos flexiones de cadera, miró al suelo durante nueve segundos. Luego giró para plantarle cara al listón. Cerró los ojos, imaginó superarlo y, tras un gesto con los brazos, emprendió la carrera y saltó con sus zapatillas blancas, logrando entrar en la historia.
“Me sentía bien, cuatro días antes había saltado 2.40 metros en Londres y sabía que el récord podía caer en cualquier momento”, recuerda el cubano.
Cinco años antes, el 8 de septiembre de 1988, día de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, Sotomayor se había convertido también en Salamanca en el mejor saltador de la historia al elevarse sobre 2.43. Un año después, en San Juan, fue el primer humano en saltar sobre ocho pies, 2.44 metros, el equivalente a pasar por encima de una portería de fútbol.
“Cumplo 30 años del récord de 2.45, pero van a ser 35 como plusmarquista mundial”, resalta el deportista retirado que también ostenta la marca mundial bajo techo, 2.43, lograda en Budapest, en marzo de 1989.
El récord que cumplirá 30 años este jueves fue amenazado varias veces hace unos años. En 2014 el catarí Mutaz Essa Brashim saltó 2.43, el ruso Bohdan Bondarenko, 2.42; en tanto el canadiense Derek Drouin y el ucraniano Andrii Protsenko rompieron la barrera de 2.40.
“No puedo decir que Brashim no tenga posibilidades de romper mi récord; sigue saltando por encima de 2.35 y ganando medallas. No se puede predecir”, asegura el cubano.
España fue la casa de las principales glorias de Sotomayor. Además de los dos récords mundiales en Salamanca; en Sevilla saltó 2.42 en el año 1994 y en Barcelona ganó el oro olímpico en 1992.
El caribeño considera a España como su segundo país, un sitio al cual regresa una y otra vez. Tiene ciudadanía española y su hijo, que comienza una carrera como saltador, se entrena en el país europeo, en el que ya fue campeón nacional sub-16. En su hablar diario el récordman inserta frases ajenas al español de Cuba: “Hasta ahora”, dice al despedirse, a la manera de los españoles.
Treinta años después de su récord mundial, este jueves Sotomayor cerrará los ojos y le mandará un beso a Salamanca, la ciudad Patrimonio de la Humanidad en la que obtuvo dos de los mayores éxitos de su prolífica carrera. EFE