La crudeza de la crisis haitiana está marcada por la hambruna, falta de agua, quiebra institucional y con un 80 por ciento de su territorio controlado por las bandas criminales, sin que hasta el momento se haya sentido la presencia efectiva de las fuerzas pacificadoras encabezadas por Kenia.
Hablamos de una media isla habitada mayormente por un pueblo sometido a la barbarie.
Gente abrumada y con el desconsuelo de promesas incumplidas por parte de una comunidad internacional que en forma temeraria parece jugar al tiempo, sabrá Dios con cual o cuales propósitos.
El pueblo haitiano luce cada día más arrinconado, con el peligro latente de un desborde poblacional que daría paso a una estampida masiva, sobre todo en dirección a su vecina República Dominicana.
De ahí la legítima preocupación y enojo del pueblo dominicano ante la grave crisis del vecino. Una situación que se prolonga con efectos que hace tiempo les son nocivos y que aumentan el riesgo de secuelas de terribles consecuencias para nuestro país.
Insistimos en que la crisis haitiana y su recrudecimiento nos obliga a posturas más responsables. Lejos de la manipulación política oficial y opositora, cauta ante el matiz de la conveniencia empresarial y mucho menos complaciente o temerosa de las agendas foráneas.
Debemos plantearnos una ruta de solidaridad con Haití con los límites que nos impone nuestra incapacidad de hacer más de lo que podemos y nuestro ferviente deber de preservar nuestro territorio y nuestra soberanía.
Insistimos en la pertinencia de sumar voluntades políticas, sociales y económicas en esa dirección y en la necesidad de propiciar un bloque regional que presione en forma conjunta a una más diligente y concreta solución a la crisis haitiana por parte de la comunidad internacional.