Alejandro Herrera
Los dominicanos tenemos en Joaquín Balaguer al más experimentado, probado y exitoso gobernante, en cuanto al ejercicio del poder político se refiere, en la historia de la República Dominicana.
Sin nunca haber sido “balaguerista”, hoy me confieso “balaguerólogo”, como manera de expresar mi afición a estudiar a este personaje enigmático, que sobrevivió a todas las pruebas habidas y por haber en el ejercicio del poder, incluyendo los 31 años de la férrea dictadura trujillista en la que como hombre clave, Balaguer se mantuvo siempre en las alturas y en la cercanía del Dictador, hasta el momento de su ajusticiamiento la noche del 30 de mayo de 1961, acontecimiento histórico, que encuentra al oriundo de Navarrete ejerciendo la presidencia de la República, por decisión del propio Trujillo en vida.
Las enseñanzas de la experiencia que significó el dilatado ejercicio del poder de Joaquín Balaguer son aleccionadoras, y tan recientes, que a veces no se entiende cómo la pasan por alto, o no la asimilan y mucho menos son aplicadas por los mandatarios que le han sucedido en la dirección del Estado, lo que les ha llevado a cometer y repetir graves errores, cuyas consecuencias luego pagan con altísimo costo político y personal.
Siempre se ha dicho que para gobernar con cierto éxito, el afortunado debe contar a su favor con un sólido o claro sentido de la historia (de dónde venimos y hacia dónde queremos ir) una cierta base filosófica y un bien amueblado conocimiento de los problemas sociales y económicos del país; así como el orden de sus prioridades básicas. Estos son los atributos que preceden a la visión para gobernar con mira a las próximas generaciones y que permite al gobernante de turno situarse en el sitial del Estadista.
El esfuerzo de humildad y sencillez de quien gobierna debe ser enorme, nunca creer que lo sabe todo, no solo escuchar lo que agrada al oído, rodearse de fieles y capaces colaboradores y funcionarios que le digan la verdad, que nunca le mientan, y cuando cometen errores e indelicadezas no debe el gobernante cargar con el peso de sus consecuencias para sí: en el cúmulo de errores se va labrando el camino hacia el fracaso.
A modo de ejemplo, el gobierno del Presidente Luis Abinader (24-28), recientemente introdujo un proyecto de reforma fiscal que tenía tiempo preparando, y cuyo anuncio generó una gran expectativa. Cuando se conocieron los pormenores del mismo, las críticas y el rechazo generalizado fueron creciendo simultáneamente de forma vertiginosa; de buenas a primera, el Presidente se ve en la necesidad de anunciar el retiro del proyecto para mejor ponderación. ¿Quién cargará con el peso político de este error? ¿No generará consecuencias a lo interno del gobierno?
Gran enseñanza de Joaquín Balaguer: Gobernar con la mira puesta en el día después
En la democracia, más que en cualquier régimen político, el poder “como sombra pasajera” es permanente, temporal y transitorio, y Balaguer lo sabía más que nadie, a pesar de que lo ejerció plenamente durante 22 años, como asiduo conocedor de las veleidades y mutaciones de la naturaleza humana por su arraigada formación grecolatina y su propia experiencia de vida. Este gobernante siempre se empeñó en saber bajar bien del poder; es decir, rodeado de las garantías y seguridades que le permitieran vivir de forma tranquila en su casa, sin ser molestado como expresidente de la República en 5 ocasiones.
En 1986, Salvador Jorge Blanco le entregó el poder a Joaquín Balaguer, quien retornaba a la Presidencia después de unas accidentadas elecciones, donde se dejaron de contar unos 75.000 votos. Al ponerle la banda presidencial al anciano Presidente, que para colmo había perdido totalmente la visión, el presidente Jorge Blanco quizás juraba a sí mismo que “estaba bajando bien del poder”, incluso en los días siguientes se fue de vacaciones para Hawái. A su retorno de ese viaje, el viacrucis de sufrimientos que padeció fue de tal magnitud que nunca más tuvo vida tranquila.
Más que gobernar durante 22 años, Balaguer se empeñó siempre en saber bajar del poder. Murió tranquilo en su cama a los 95 años, como una especie de oráculo.