Sergio Sarita Valdez
Confieso que desde el anuncio oficial de la pandemia de la covid-19, quien suscribe no había experimentado una emoción tan profunda como aquella vivida la última noche de noviembre de 2022 en uno de los salones de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.
Hace más de un siglo José Martí habría sentenciado que para alcanzar la adultez previamente debíamos plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Nuestra amiga Altagracia Ortiz hizo gala martiana el 30 de noviembre al poner en circulación su segundo libro bautizado con el título de este artículo.
La presentación de este tratado estuvo a cargo de la reconocida maestra de la comunicación Alicia Ortega. Cual experta cirujana, Alicia tomó el bisturí para disecar artísticamente el contenido de la obra. Ya el destacado cardiólogo César J. Herrera había insertado su marcapaso introductorio en esta joya de lectura.
Con manos, ojos, oído y alma hipocrática la autora ausculta los pulmones del cuerpo social dominicano para diagnosticar los graves males que asfixian a la población dominicana. Le sorprenderá la ausencia en muchos servicios de salud del valioso principio aquel que reza: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Dejemos que sea la protagonista quien nos exprese la verdad observada: “Los dominicanos nos hicimos más pobres cuando los enfermos dejaron de ser pacientes y se convirtieron en clientes. Nos construyeron una ilusión de modernidad que terminó siendo un espejismo. La falsa modernidad amplió las brechas económicas y sociales en el sector salud, e hizo surgir dos nuevas categorías: los pacientes ricos y los pacientes pobres”.
La acrisolada intelectual informadora y analista noticiosa nos concedió el privilegio de escribir la contraportada de su libro. A continuación, me tomo la libertad de transcribir el mismo con la intención de que contribuya a despertar el apetito en meditar sobre el llamado de alerta sanitaria: “Altagracia Ortiz es una destacada periodista de la salud acrisolada por sus valiosos aportes al pueblo dominicano durante décadas. En esta ocasión nos entrega una obra al estilo “consomé”, pero que fluye con facilidad, cuestionadora del desfasado sistema sanitario nacional. Avalada por una selecta revisión bibliográfica, pone el dedo sobre la llaga obligándonos a reflexionar, abandonando la cómoda indiferencia ante el triste y bochornoso sistema de salud dominicano. La necesidad de una revolución en todos los órdenes salta a la vista luego de la lectura de este libro, en el cual se quita el velo y se descubre el estado de podredumbre ética, moral y social de las atenciones médicas vigentes en el país, especialmente para la mayoría de los segmentos más vulnerables de la sociedad: la niñez, la mujer embarazada y las personas envejecientes. Para bien de la Patria urge el cambio de paradigma y la autora responsablemente aporta su cuota”.
No todo está perdido en el campo de la salud dominicana. Con plumas como la de Altagracia el pueblo dominicano nunca se sentirá huérfano de voces que lo defiendan. En tanto existan valientes gargantas como estas, acopladas a los sanos oídos receptivos de la población en general podemos asegurar que hay válidas razones para soñar con un mejor mañana.