Sergio Sarita Valdez
Durante todo el siglo XX la población mundial vivió dos guerras globales y diversas conflagraciones bélicas regionales, sucesos que impulsaron profundos cambios sociales y políticos en todo el mundo.
En ese entonces, la información se transmitía a través de periódicos, la radio y la televisión. Las pantallas se convirtieron en el lugar ideal para recibir de forma pasiva el acontecer local e internacional mediante una combinación de imágenes, sonidos y textos. En ese ambiente convergían el periodismo, el arte y la cultura en un flujo armonioso y predecible, un idilio que se mantuvo hasta la irrupción vertiginosa de Internet y las redes sociales.
La aparición de las computadoras portátiles y los teléfonos inteligentes supuso una verdadera revolución en la comunicación. El rol pasivo del lector, oyente y televidente se transformó al incorporar, de forma instantánea la función de transmisor. De repente, cualquiera podía convertirse en reportero sin haber asistido a un taller o inscribirse en una escuela de comunicación.
Hoy en día, las redes sociales son la forma más común y sencilla de comunicarse, tanto a nivel masivo como personal. Con un celular en mano, ya no es necesario memorizar números de teléfonos o direcciones, pues con un simple comando se puede consultar el clima, las condiciones del tráfico o las variaciones en la bolsa de valores.
La integración de la inteligencia artificial para editar fotos permite crear y proyectar la imagen personal que se desea mostrar. Así, el narcisismo audiovisual se propaga con una velocidad y un alcance comparables a la diseminación de la peste negra en la Europa del siglo XIV.
En la Internet es posible subir vídeos acompañados de discursos generados por programas especializados diseñados para vender una falsa imagen de una persona atractiva y en sintonía con los sueños de éxito futurista. De esta manera, se fomenta un fanatismo hacia figuras con las que nunca se ha tenido un contacto personal real. La virtualidad es tan efímera y cambiante que aparece, se transforma y desaparece como por arte magia.
En pleno siglo XXI es factible inventar exitosamente figuras políticas presidenciales, congresuales y judiciales que, presentadas en el momento y lugar adecuados, consiguen el voto favorable para asumir cargos reales. La egolatría mediática se propaga como un agente viral, cuyos efectos dañinos se manifestarán tardíamente, para desgracia de una sociedad incauta, incapaz de distinguir la sinceridad de la falsedad, la mentira de la verdad, la objetividad de la subjetividad y la realidad de la virtualidad. Ante un relato audiovisual resulta casi imposible discernir su autenticidad. Cada día es más frecuente ver reputaciones manchadas de manera maliciosa, sin que las víctimas tengan tiempo de enterarse o defenderse.
Somos acusados y condenados en las redes sociales, mientras los ególatras victoriosos sepultan nuestros vivientes cadáveres sociales. Es urgente desarrollar una vacuna efectiva que nos salve de los ególatras mediáticos.