Brendaly Morel
A pocos días de conmemorarse el Día Nacional de la Juventud, una fecha que debería ser de celebración, no podemos evitar preguntarnos: ¿qué estamos celebrando realmente? El 31 de enero, en honor al padre Juan Bosco, se supone que es un día para resaltar el valor y el potencial de los jóvenes dominicanos; sin embargo, para muchos de nosotros, este día se convierte en un recordatorio doloroso de la desconexión entre lo que el gobierno proclama y la realidad que vivimos día tras día.
En temas de juventud, el gobierno y los medios de comunicación nos presentan una imagen distorsionada y manipulada, en la que insisten en que vivimos en un país lleno de oportunidades.
Nos venden la idea de que la educación de calidad es accesible para todos, que los empleos dignos están a la vuelta de la esquina y que el bienestar está al alcance de nuestras manos. Pero esa es solo una fachada, una falsa promesa que contrasta profundamente con nuestra realidad.
La educación que se nos ofrece está lejos de ser de calidad, las oportunidades laborales son escasas y la mayoría de los jóvenes nos vemos forzados a sobrevivir en un mercado que no nos brinda empleo, obligandonos abandonar nuestros sueños y emigrar en busca de mejores oportunidades, arriesgando incluso nuestras vidas en el proceso.
Otros, desesperados por encontrar un sustento, recurren a trabajos que no son adecuados para su talento ni para sus aspiraciones. En lugar de ser impulsados a desarrollarse y contribuir al progreso del país, optan por la vida fácil, buscando soluciones inmediatas ante la falta de opción.
El Día Nacional de la Juventud no debería ser solo una fecha en el calendario, sino un día para reflexionar sobre el futuro que nos prometen y el presente que realmente nos están dando.
