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CLEVELAND — El niño perdido escuchaba mientras la superestrella hablaba.
Un día de verano en el 2022, el dominicano José Ramírez hablaba con los niños del programa local “Reviving Baseball in Inner Cities” sobre la importancia de la educación, la perseverancia y la concentración. Y mientras Ramírez contaba su historia de cómo creció en medio de la pobreza y se convirtió en una superestrella de las Grandes Ligas, algo hizo clic en un adolescente llamado Juan Figueroa.
“Escuchar cómo salió de la República Dominicana y todo por lo que pasó y todo en lo que él cree, y cómo puedes darle la vuelta a tu vida”, dijo Figueroa, “hizo que me enamorara de nuevo del juego”.
La gente conoce a Ramírez como el alma de los Guardianes de Cleveland. Un eterno All-Star, Bate de Plata y candidato al MVP que se esfuerza tanto que a menudo pierde su casco mientras corre, que lleva una cadena de oro con una foto suya sosteniendo una cadena de oro, que se defendió a sí mismo y a sus compañeros más jóvenes en un altercado con el campocorto de los Medias Blancas, Tim Anderson.
Pero para niños como Figueroa – en los sectores más pobres de la ciudad adoptiva de Ramírez y también en su ciudad natal – Ramírez es algo más.
Para estos niños que crecen en circunstancias adversas – niños para los que el béisbol no es una mera diversión sino, más bien, una fuerza motriz hacia una vida mejor – este tercera base de 5 pies y 9 pulgadas (1,70 metros) y 190 libras (90 kilos) es un gigante.
“Vienen de entornos en los que necesitan cualquier modelo de conducta que puedan conseguir”, dijo Megan Ganser, gerente de compromiso con los jugadores de los Guardianes. “José utiliza el béisbol como un medio para mantener a los niños motivados para sacar buenas notas, tener amigos y disponer de un espacio seguro al que acudir después de la escuela y seguir participando en una vida social sana”.
Contra todo pronóstico, Ramírez se ha consolidado como uno de los jugadores de mayor impacto en el diamante a nivel de MLB. Sin embargo, el nominado de los Guardianes al Premio Roberto Clemente 2023 está causando un impacto aún mayor fuera de las rayas de cal. No sólo es esa rara estrella que eligió quedarse en un mercado pequeño, sino que ha invertido lo suficiente de sí mismo y de su salario para asegurar un legado en ese mercado, que va mucho más allá de los varios récords de la franquicia de Cleveland a los que ha comenzado a acercarse.
“El béisbol”, dijo, “es una forma disciplinada de [aprender] a respetarnos unos a otros”.
Esta es la historia de cómo Ramírez aprendió y se ganó ese respeto. Y de cómo se lo devuelve a los demás.
Al otro lado del Río Baní, en Baní, la capital de la provincia de Peravia (República Dominicana), se encontraba una plaza de tierra, llena de piedras y maleza, muy cerca de la humilde casa de José Ramírez. El joven Ramírez cruzaba esa brecha física para jugar al deporte que un día le llevaría más allá de las divisiones metafóricas.
Pero hacerlo no era tarea fácil, dadas las limitaciones económicas con las que Ramírez creció.
“Fue difícil para mi padre”, dijo Ramírez. “No tenía mucho trabajo, no teníamos mucho dinero. Tenía que jugar con un guante demasiado apretado”.
En sus años de formación, Ramírez y los demás niños del barrio jugaban “Vitilla”, utilizando tapas de jarras de agua o refrescos como pelotas de béisbol y palos de escoba como bates. Cuando pasó al béisbol propiamente dicho, Ramírez era bajito, flaco y – con frecuencia – el jugador más joven de su liga. Aprendió a superar los obstáculos derivados de su estatura y a sorprender a quienes no creían en él.