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Daniel Toscan du Plantier o la emoción cultural del cine

Humberto Almonte

Analista de Cine

No es necesariamente común que los grandes productores se detengan a reflexionar sobre el cine y sus características culturales pero es que el francés Daniel  Toscan Du Plantier  no es un productor ajustado a los estrechos moldes usuales de este oficio como lo demuestra su libro “La emoción cultural”. 

Después de todo, este noble católico de provincias fue director general de la productora y distribuidora Gaumont, presidente de Unifrance Film Internacional, equivalente francesa de la Motion Picture Export Association de Estados Unidos y vicepresidente del canal franco/ alemán Arte. Todo un prontuario que no refleja del todo sus aportes al cine y a la cultura en general. 

Una pauta más precisa se descubre cuando nos acercamos a los realizadores a quienes les produjo o se involucró en la hechura de sus filmes y la lista es impresionante, pues aparecen François Truffaut, Andrei Tarkovski, Peter Greenaway, Satyajit Ray, Werner Herzog, Bigas Luna,  Andrzej Wajda, Maurice Pialat, Federico Fellini, Francesco Rosi, Ingmar Bergman, Rainer Werner Fassbinder, Eric Rohmer, y un largo etcétera que acredita la importancia de su legado.  

Toscan Du Plantier tiene entre sus epopeyas memorables la batalla que libró junto a figuras de la cultura francesa y europea para obtener la excepción cultural en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio (GATT)  de 1994 y cita lo dicho como argumento en la página 59 del texto suyo: «Nosotros no somos un asunto como los otros, y pretendemos que hay otra cosa que pertenece a la esfera del espíritu», y así se logró excluir a la cultura con el argumento de pertenecer a un estamento más alto, al del espíritu humano. 

Al asomarse aleatoriamente a esta obra, podríamos caer en la tentación de tildar a su autor de antinorteamericano o a lo mejor de anti hollywoodense, nada más lejano de la verdad, de lo que está en contra es del monopolio que acapara las pantallas y ahoga las películas de los países donde se exhibe, pues como el recuerda haberle dicho a los norteamericanos: «Nosotros somos dos grandes pueblos de occidente y amamos el cine: pongámonos de acuerdo».

En las 165 páginas de “La emoción cultural”, editado por el Instituto Mexicano de Cine (IMCINE) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) de México, este adalid de la cultura desgrana su pensamiento que se transmuta en una reflexión sobre el cine como fenómeno cultural, como destilado de esa visión humana sobre todo lo que lo rodea y desde las entrañas del monstruo en esta industria, parafraseando muy libremente a José Martí.  

El autismo de la cinematografía

Todo el libro es una gran disección sobre el arte de las imágenes en movimiento donde las aparentes digresiones no son tales, pues en realidad nos conducen a iluminar los detalles más profundos y complejos. Aunque Du Plantier pertenece a otra época, a una Francia de antaño y a un mundo que ha cambiado bastante, la mayoría de sus observaciones mantienen esa mirada inconformista y cuestionadora. 

¿Por qué le aplica el sello de autista al cine? En la página 127 asevera que: «Se habla poco y cuando se habla, se dice muy pocas veces lo que se quiere decir», y remata su observación en la página 129: «El cine no dice nada. Pero nos hace sentir todo y al final de las películas los espectadores saben, al parecer, todo lo que no se ha dicho». 

La tesis de este productor/pensador es que dada la incapacidad del cine para explicar o aclarar de manera lógica las cosas, se dedica a mostrar lo inexplicable, es decir, suple el hándicap de carecer de habilidad explicativa con las imágenes que aporta, y que ahí reside uno de sus puntos fuertes. 

En párrafos anteriores, Toscan da pistas sobre la inteligencia del espectador, ese al que muchos estudiosos y gente del negocio tilda en ocasiones de tonto, iletrado o despistado, pero este sagaz observador va en una dirección diferente al de estos conceptos prejuiciosos arrojándonos estas palabras: «Podemos preguntarnos si la película no es una proposición que la visión del espectador transforma en realidad». 

El texto establece la muy visible dicotomía donde el cine se convierte un mundo y este a su vez el mundo real se parece al cine donde: «La copia se transforma en una surrealidad que expresa la realidad misma», en donde el realizador: «Ya no sería aquel que filma lo real, sino aquel que lo reinventa y lo filma, sabiendo lo que hace».   

Casi al final Toscan se desliza hacia cuestiones muy específicas que afectan al productor, y aunque nos ha hablado de manera muy general de la producción a lo largo del libro, pero en estos finales se pone un poco más  emocional, y a la vez filosófico, cuando se refiere al deseo del productor de ser deseado, de sus sufrimientos, quizás su mayor pesadilla es no ver en la primera copia: «Nada de lo que se esperaba ver».   

¿Un arte inmoral e irreflexivo?

Apunta el autor sobre la efectividad emocional del séptimo arte y a su vez, lo señala como contrario a la reflexión, pues según él a lo sumo induce a pensar a posteriori: «Se ve una película, luego se piensa, pero no se piensa durante la película. De lo contrario, la película no funciona». Creo que quizás no se piense muy conscientemente, pero se piensa.  

En “La emoción cultural”, el productor francés Daniel Toscan Du Plantier recorre con su mirada una época cinematográfica contraponiendo el mercantilismo hollywoodense  a la emoción cultural de este arte, que como él afirma en las páginas de su libro: «No tiene moral». Por suerte es así, puesto que de tenerla, no tendríamos cine, o por lo menos, nos veríamos privados de muchas películas significativas, inmorales o no. 

 

 

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