María Angélica Troncoso

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Río de Janeiro.– Brasil aspira a promoverse como un líder ambiental, pero también es una potencia petrolera en expansión, una paradoja para el país que será anfitrión de la 30 conferencia climática de la ONU (COP30), la cita mundial más importante por la sostenibilidad del planeta.

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El tema ha cobrado fuerza en el último año debido a la insistencia del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, de explorar hidrocarburos en un nuevo y prometedor horizonte que podría poner en riesgo a la Amazonía, la selva tropical más extensa del planeta.

Según la Agencia Nacional de Petróleo, Gas Natural y Biocombustibles (ANP, regulador), el volumen estimado de petróleo en esta región marítima frente al litoral amazónico supera los 30.000 millones de barriles y puede catapultar al país suramericano como el cuarto mayor productor de crudo del planeta.

La zona, conocida como Margen Ecuatorial, abarca el litoral de cinco estados, tres de ellos amazónicos, y se extiende hasta las costas de Guyana y Surinam, países que ya han comprobado la existencia de petróleo y su gran potencial.

Riqueza contra Medio Ambiente

El pozo con el que la estatal Petrobras comenzó a explorar la región hace tres semanas está ubicado en aguas profundas del océano Atlántico, a unos 500 kilómetros de la desembocadura del río Amazonas.

Esa ubicación ha provocado la furia de los ecologistas, pues el área que podría verse afectada por un vertido alberga reservas ambientales, territorios indígenas, manglares y arrecifes de coral, además de una variada diversidad marina con especies en peligro de extinción.

La controversia se intensificó por la fuerte insistencia del Gobierno para que se otorgara el permiso de exploración a Petrobras, especialmente con Brasil al frente de la COP30, lo que muchos han calificado como “incoherente”.

El asunto ha traspasado fronteras. En la reciente Cumbre Amazónica celebrada en Bogotá, el presidente colombiano, Gustavo Petro, un fuerte aliado de Lula, declaró que “la Amazonía no puede seguir siendo vista como una reserva de hidrocarburos, pues es el corazón climático del planeta y debe ser protegida como tal”.

Lula ha reiterado en varias oportunidades que Brasil necesita seguir explotando petróleo para generar recursos que financien la transición hacia energías renovables y ha advertido que, “mientras el mundo lo necesite, Brasil no va a renunciar a una riqueza que puede mejorar la vida de su pueblo”, refiriéndose a la prometedora zona petrolera.

La ministra brasileña de Medio Ambiente, Marina Silva, ha intentado equilibrar las posiciones al señalar que no se trata de negar la realidad energética de Brasil, sino de “garantizar” que cualquier decisión se tome con base en “criterios científicos, respeto ambiental y diálogo con las comunidades”.

Por su parte, el presidente de la COP30, André Corrêa do Lago, sostuvo recientemente en París que “hay que tener un debate informado sobre la explotación del petróleo en la Amazonía, porque no es un tema sencillo ni emocional”, y remarcó que, a pesar de estas tensiones, el presidente brasileño está comprometido con la lucha contra la crisis climática.

Líder ambiental y potencia verde

La defensa de los ecosistemas ha sido una de las banderas de Lula desde que era candidato a la presidencia y su lucha por frenar la devastación en la Amazonía ha disminuido drásticamente la tala de bosques en el bioma.

La deforestación en la más extensa selva tropical del planeta cayó un 11 % entre agosto de 2024 y julio de 2025, y un 30,6 % en el año inmediatamente anterior.

El fortalecimiento institucional de las autoridades ambientales y el aumento de los controles, flexibilizados durante el gobierno de Jair Bolsonaro (2019-2022), defensor de la explotación de la selva, han sido clave para evitar la destrucción de la Amazonía.

La vasta capacidad de energía renovable de Brasil también destaca internacionalmente al país sudamericano como una potencia verde, con el 88,2 % de su matriz proveniente de fuentes hidroeléctricas, eólicas y solares.

Igualmente lidera en biocombustibles con una participación de 25,7 % en la matriz de transporte en 2024, impulsada por el etanol de caña de azúcar, que abastece cerca del 40 % del consumo de combustibles ligeros. EFE