Germán Pérez
No hay peor encrucijada para un líder político o militar, para un jefe de Estado o de gobierno, para un comandante en jefe, que su refugio en el egoísmo extremo, en la terquedad sin límite o en el desprecio absoluto por el presente y futuro de las decisiones y acciones que de él dependen. Es el caso penoso del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden.
Todo el mundo lo ha visto y vivido, y lo saben intrínsicamente sus familiares y colaboradores más cercanos, pero él se resiste aceptar sus falencias mentales y físicas, se resiste como fiera agredida por el enemigo aceptar esa palpable realidad, y sigue empecinado en continuar su carrera por la reelección presidencial, sin pensar ni medir las funestas consecuencias electorales para su partido y su legado de gobierno, el próximo 5 de noviembre de este año 2024.
Tercamente, a sabiendas aún por el mediano nivel de conciencia y lucidez cognitiva que conserva, el presidente Biden insiste en continuar su carrera presidencial por otro período, contra vientos y mareas, aunque se hunda el barco demócrata y toda la flota estadounidense. Penosamente, él se ha convertido en su verdadero contrincante, en su peor enemigo.
Es decir, que si finalmente Joe Biden continúa con la candidatura presidencial por su partido, el otro anciano y volátil candidato, Donald Trump, le ganaría la contienda con gran facilidad, quizás para peor, para desgracias de los norteamericanos y del mundo. Biden está perdido, ya perdió las elecciones y también está perdiendo la confianza de sus pares a lo largo y ancho del globo terráqueo.
La situación de su salud mental no es un invento enemigo, está a la vista de todos y en todas partes, por lo que él no puede continuar liderando, a partir del 6 de enero del próximo año, a esa gran nación, que significa la divisa de luz democrática y de equilibrio político, económico y militar en todo el mundo. Al frente de esa nación, se necesita un líder sano, vigoroso y capaz, para conducirla a tomar las mejores decisiones que atañen su accionar presente y futuro.
Pienso que los lideres demócratas deben jugar una carta de emergencia y crucial, si verdaderamente desean lo mejor para su país, evitando que caiga en las garras venenosas de Donald Trump. Con otro candidato, saludable y fuerte pueden ganar, pero con Biden Irán al precipicio y se pondrán en la bandeja de la venganza y el oprobio.
No tienen otra opción que no sea cambiar de candidato presidencial, conscientes de que resulta muy difícil vencer la soberbia, el ego, la ceguera atroz de un líder poderoso y en ejercicio de ese poder político.
Aunque muchos estamos conscientes de que Joe Biden, es un ciudadano altamente preparado, meritorio, carismático, quien fue senador por 36 años, vicepresidente por 8 años, en síntesis, un político de pies a cabeza, y que no construyó su liderazgo en base trampas engañosas, a empujones, y tampoco a arrebatos de virtudes y espacios ajenos. Pero ahora, es innegable que está en declive, en progresivo deterioro de salud, aunque él no quiera entenderlo o aceptarlo. Se le acabó la gasolina, lamentablemente.
En mi opinión, tanto con Biden o con Trump, todos saldríamos perjudicados, a partir del 2025, pero con otro presidente diferente, ganaríamos respeto, paz, democracia, seguridad y desarrollo.
Me apena la situación de salud mental y física del presidente Biden, la que no depende de él, sino de la edad, del ciclo biológico inexpugnable. Pobre hombre, ojalá encuentre su recuperación en el regazo de su hogar, fuera de la Presidencia de los Estados Unidos.