Carmen Imbert Brual
Más que diligencia, prisa. Los rayos presagiaban tormenta y atrás quedó el entusiasmo y la convicción. El sábado 19, antes del primer tintineo de las cacerolas, el mandatario, contrito y cercano desde lejos, como es característico, informaba a la nación la decisión de retirar su proyecto de Modernización Fiscal. De nuevo la ratificación del estilo convertido en marca: presentar, defender y después, cariacontecido y magnánimo, transigir y clamar por la compresión y el diálogo inexistentes antes.
El jefe de Estado fue transformado en ciudadano, hijo, hermano, esposo, padre, amigo. De inmediato, los vítores oficialistas y de los “presidente lovers” retumbaron con la misma fuerza que usaron para defender el proyecto que transformaría al país y permitiría cumplir con la Estrategia Nacional de Desarrollo, hecho que jamás había ocurrido y el régimen iba a propiciar.
Gobernanza bifronte que confunde y también consigue aplacar enojos con señales cruzadas. El episodio con el proyecto de ley que auguraba modernización inequitativa fue rechazado por el colectivo y por especialistas que le atribuyen inexplicables falencias conceptuales y de diseño. El PRM convocó a su militancia para apoyar la iniciativa pero todo se detuvo. La acción presidencial que aumenta la serie de suspensiones algunas a mitad de camino otras luego de tener el aval de la promulgación, recuerda el arrepentimiento activo que sirve como atenuante en derecho penal y evita la contundencia de la tentativa que se castiga como el mismo crimen.
El alboroto colocó la necesaria modernización fiscal en un limbo. Popularidad versus manejo del Estado. La situación trasciende el digo y a Diego. De la motivación y entusiasmo fundacional, con aplausos incluidos en LA Semanal, pasamos a la revocación. En menos de 7 días aquello que era imprescindible, impostergable, se convirtió en detrito y el presidente dice que no hay otra propuesta.
El susto modificó la certeza y, como es costumbre, tanto en el error como en el acierto, la ovación.
Ajíes
Aplausos, aunque no bogue. Y para adobar el momento además del ruido que ha producido la magnificación de un funcionario, detentador de superpoderes y sin la amenaza de la criptonita cívica, un alcalde, cual Roldán contemporáneo se rebela y dispone. Sucedió en Villa Isabela, como en aquel tiempo cuando, mediante manuscrito, ordenaban la entrega de vírgenes a los hacendados, el alcalde autorizó “el trabajo de 250 obreros haitianos para la recogida de ajíes picantes” en la finca del señor Polanco Reyes.
Usurpó funciones para competir con el Presidente, con el ministro de defensa con el director de Migración. Ignora las proclamas soberanistas y con la hazaña macondiana desafía ucases y advertencias caqui.
El hecho municipal se coló entre el oropel y la narrativa gubernamental cuasi mística, rivalizó con la reiteración de las virtudes del director honorífico de Compras y contrataciones y las alabanzas al Presidente luego del desistimiento.
Parece estado federado el territorio. Otra maniobra que confirma el desorden, el desprecio a la ley. Habrá consultas para postergar decisiones, como en el caso irresuelto de la alcaldía vegana. Fácil imaginar el desasosiego, aunque los aplausos seguirán sonando mientras recogen los ajíes.