Manuel Hernández Villeta
El aumento del analfabetismo en el país es un trago amargo, imposible de digerir. Cuando una persona no sabe leer ni escribir está fuera de los parámetros de desarrollo y de superación personal.
No se comprende ni se justifica que en el siglo 21, en vez de controlar el analfabetismo, esa dolorosa situación esté creciendo en el país.
Una persona iletrada es un neo-nato social, que sólo podrá alcanzar ocupaciones de fuerza muscular, y dentro de su ignorancia será un rayado para el voto en el día de las elecciones. No se podrá acabar con la miseria en el país, si continúan creciendo los iletrados.
Hay otro problema hermanado al analfabetismo, y son los niños y adolescentes que abandonan las escuelas antes de haber completo la instrucción básica. No pasaran de números en las estadísticas.
Las clases para adultos en el sistema público desde hace años no funcionan, o se imparten, en pocos casos, con suma precariedad. La culpa de que un niño no se inscriba en las escuelas, o de que un adulto no aprenda a leer y escribir, pesa sobre los hombros del Estado.
Sin educación formal de toda la población no se puede hablar de que el país va avanzando en el desarrollo. Si la mayoría no tiene los elementos en sus manos para poder aspirar a una mejor vida, entonces todos estamos fracasando en la responsabilidad social.
La escuela pública dominicana tiene que ser conducida a la realidad. Ya colapsó, pero sobre la penumbra hay que iniciar el rescate. No está cumpliendo con su función de ser forjadora de las nuevas generaciones.
El Estado es el responsable de ofrecer la educación masiva gratis, desde la básica hasta la pre-universitaria. Con el paso de los años todo se ha ido por una pendiente escabrosa, y a pocos parece importarle una salvación a tiempo.
En verdad, nadie puede escurrir el bulto, todos los que podemos discernir, sabemos leer y escribir, estudiamos a nivel técnico o universitario, pecamos de ser indiferentes ante el destino de los dominicanos iletrados.
Es un problema que necesita solución en la cual participen desde el Estado hasta el simple ciudadano. La sensibilidad social se ha perdido, y muestra al canto es el crecimiento de los excluidos y marginados.
Sino se buscan a tiempo las soluciones para acabar con el crecimiento de la ignorancia en su máxima expresión, estaremos llenando el país de frustrados, incapacitados y agentes de violencia, que terminaran siendo residentes de prisiones, o polvo en cualquier cementerio. ¡Ay!, se me acabó la tinta.