Sergio Sarita Valdez
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Se calcula que alrededor de setecientos millones de seres humanos en el mundo viven en estado de hambre, mientras que novecientos millones de individuos padecen obesidad y, por ende, están mal alimentados.
Para quienes hemos dedicado toda una existencia al cuidado de la salud de las personas, no resulta sorprendente la íntima relación entre una respuesta adecuada a los agentes biológicos nocivos y el estado nutricional individual. Las defensas orgánicas se ven afectadas en poblaciones famélicas, mientras que las sociedades sobrealimentadas sucumben a eventos cardiovasculares tempranos y al síndrome metabólico.
El equilibrio energético, representado por un balance proteico-calórico óptimo en un ambiente saludable, libre de violencia y contaminación ambiental, constituye uno de los pilares fundamentales sobre los que descansan las sociedades humanas estables. Una familia bien nutrida que recibe una educación oportuna y culturalmente adecuada, en un hábitat sano con oportunidades de empleo digno, es una unidad estable que no se ve forzada a emigrar a otros territorios.
Debemos comprender que la Tierra es una sola y nos pertenece a todos. Por ende, utilizar con prudencia los recursos fósiles y cultivar el suelo teniendo presente la necesidad de evitar el daño ecológico es una responsabilidad ineludible de las actuales generaciones.
El 70% del cuerpo humano está compuesto por agua; sin ella, la vida no se sostiene. Debemos preservar los recursos hídricos haciendo un uso juicioso de los mismos. La agricultura, la ganadería, la pesca y la industria deben armonizarse de tal forma que no resulten en un deterioro ambiental dañino para la biosfera terrestre.
Los incendios forestales, las inundaciones, los huracanes, los terremotos, así como las guerras, son ingredientes perjudiciales para la humanidad. Todos ellos dificultan la seguridad alimentaria de los pueblos afectados. La solidaridad entre naciones y continentes es vital para evitar los desplazamientos humanos representados por las emigraciones forzadas, cargadas de penurias y calamidades que avergüenzan al decoro mundial.
Comer bien para pensar mejor y vivir en óptimas condiciones, conformando así un colectivo humano estable, es fundamental. Resulta paradójico observar los enormes avances tecnológicos conseguidos en tan corto espacio de tiempo y, sin embargo, no concretar el mandamiento bíblico de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Hemos transformado el Jardín del Edén en un gran desierto. Tanta sabiduría acumulada a lo largo de siglos es utilizada hoy en la fabricación de armas con capacidad de destrucción masiva. Imaginemos todo ese caudal de recursos dirigido a mejorar la calidad y la cantidad de vida.
La escasez o falta de agua potable, unida a una mala alimentación, viviendas inadecuadas y una educación insuficiente, favorecen el hambre y la insalubridad universal.
Es tarea urgente apagar la tea del odio y avivar el fuego de la paz, para que el Homo sapiens reoriente los recursos y los avanzados conocimientos tecnológicos hacia la dotación de salud colectiva e individual, seguridad alimentaria y empleo, en un ambiente ecológico amigable y seguro.
Abogamos por una alimentación global sana, repartida equilibradamente entre todos y todas, sin distinción de etnia, género, edad ni origen geográfico.









