Manuel Sánchez Gómez
Londres.- Carlos Alcaraz juguetea con una pelota. La pasa entre sus piernas mientras mira a su banquillo. Tiene la final de Wimbledon bajo control, pero bajo un control en suspense, porque al otro lado de la pista está Novak Djokovic, el que siempre vuelve y el que te puede salvar tres puntos de partido. El serbio, atónito ante la superioridad del español, se ha quedado sin violín para celebrar. Es zarandeado de lado a lado. Golpeado como no había hecho nadie desde Rafa Nadal en Roland Garros, obligado a perder una final sin casi aparecer en ella (6-2, 6-2 y 7-6 (4))
Alcaraz transformó su papel de promesa en el de favorito para esta edición, pero no se esperaba que agregara la etiqueta de monstruo, de devorador de títulos. Porque el español no solo venció a Djokovic, algo que han logrado varios en la historia, consiguió reducirle hasta el mínimo, borrarle de la pista, a propinarle una de las mayores palizas de su carrera. Y lo hizo con una sencillez que asusta a cualquiera que pretenda ser su rival en los próximos años.
Porque Alcaraz, con 21 años, igualó los cuatro Grand Slams de Manolo Santana, se convirtió en el sexto hombre en lograr el doblete Roland Garros-Wimbledon y es el primer español en revalidar el título en la Catedral.
Y lo hizo porque ya no es el chaval de melena menuda que se presentó sin nada que perder en este mismo escenario hace un año. Con el paso del tiempo no solo ha cambiado su peinado, también sus nervios, esos que en 2023 le doblegaron durante el primer set de la final, que apenas duró 23 minutos.
El primer juego de la final de este domingo se alargó catorce minutos. “Se va a solapar con la final de la Eurocopa”, pensaban muchos, mientras Alcaraz, como si tuviera prisa por animar a su España, planeaba un desenlace distinto.
Alcaraz necesitó de un cuarto de hora y cinco bolas de ‘break’ para doblar por primera vez la mano del serbio, pero a partir de ahí no frenó. Era como si Djokovic tocase el violín y Alcaraz disfrutara bailando con él.
El español era un espectáculo de dejadas, contradejadas, contraataques y dominio. Djokovic tocaba la pelota muy limpia y era capaz de dirigirla, pero Alcaraz siempre la devolvía fuerte y mejor. Y lo más sorprendente es la calma con la que lo hacía. Con medio partido, 6-2 y 1-0 a favor, el murciano se paseaba por su lado de la pista jugueteando con la pelota y pensando cuál sería el siguiente truco con el que desesperaría al campeón de 24 Grand Slams, el hombre que quería el récord de ocho Wimbledon de Roger Federer y que se topó con Alcaraz defendiendo el legado de su ídolo.
Djokovic, mientras se le escapaban los juegos como en la final de Roland Garros 2020 contra Nadal, requería de un estímulo externo para despertar, un grito desde la grada, un enfado al que agarrarse, pero solo podía pagar su rabia contra la red y contra lo que él pensaba que era mala suerte y en realidad era el impoluto juego del español.
Con 6-2 y 6-2, miraba al cielo, extenuado, y pidiendo una ayuda divina con la que escapar una vez más. El tenista más “Houdini” de todos ya sabía lo que era levantar dos sets en contra en una final de Grand Slam, pero fue en 2021, en Roland Garros y contra el endeble Stefanos Tsitsipas.
Esta vez enfrente estaba un campeón de Grand Slam, número uno y dominador del presente y futuro de este deporte. Aun así, Djokovic rozó la reacción. En el sexto juego del tercer set, dispuso de su primera bola de rotura desde el primer parcial y Alcaraz, que la salvó con un servicio casi ganador, desactivó cuatro iguales en su momento de más apuro.
Los gritos de “¡Nole, Nole!” no tardaron en ser desplazados por los de “¡Carlos, Carlos!” y ni siquiera los sarcásticos “Come on England” desestabilizaron a un Alcaraz lanzado hacia el triunfo, hasta que llegó al abismo que supone sacar para Wimbledon contra Djokovic.
A Alcaraz, que ya le pasó el fantasma de Roger Federer en esta pista en 2019, le tembló el pulso como también le ocurrió a Andy Murray en 2013. Se puso 40-0 con su saque, tres puntos de partido. En un festival de golpes a la red y errores, y un inoportuno cántico de un aficionado de “Campeones, campeones”, Alcaraz perdió los cinco puntos siguientes.
Se metió en un jardín del que pocos salen, en el que muchos se hunden. Habiendo acostumbrado a sus seguidores a dosis de sufrimiento durante todo el torneo, la final no fue excepción.
El tercer set, que de haberse perdido hubiera supuesto una brecha importantísima, se fue hasta el ‘tie break’ y ahí Alcaraz demostró que, pese a los nervios, sigue siendo el mejor.
Con 5-4 arriba en el desempate, a dos puntos de la victoria, Alcaraz rompió a Djokovic con una dejada primero y no dejó que los nervios le atenazaran con el quinto punto de partido. El resto al segundo saque se quedó en la red y Alcaraz tiró la raqueta y se giró hacia su banquillo.
Carlos Alcaraz es el mejor y ni siquiera Djokovic en Wimbledon puede discutirlo. EFE