Víctor Garrido Peralta
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La República Dominicana atraviesa su primavera turística más gloriosa. Haber superado los diez millones de visitantes es una hazaña que nos consolida como el epicentro del turismo del Caribe. Sin embargo, en el centro de este éxito germina una patología silenciosa que podría marchitarlo todo: la metástasis de la especulación desmedida. Creer que el turista es una billetera inagotable y no un invitado es el error más costoso que una nación puede cometer.
Imaginemos nuestro turismo como una catedral de cristal: brilla bajo el sol con aeropuertos modernos y hoteles de clase mundial, pero si permitimos que las termitas invisibles de la avaricia carcoman sus cimientos, el colapso será inevitable. La historia del Caribe es un archivo clínico lleno de advertencias para quien sepa leerlo.
El espejo de Puerto Rico: la soberbia como declive
En las décadas de 1960 y 1970, Puerto Rico era el monarca indiscutible del sol y la playa. Su caída no fue producto del azar, sino de una combinación letal: precios inflados sin respaldo en el servicio. Mientras Cancún y Punta Cana emergían con propuestas competitivas, la “Isla del Encanto” se estancaba en una desconexión entre costo y valor.
El turismo castiga la arrogancia con una crueldad silenciosa: no protesta, simplemente se va. Y cuando el viajero siente que el precio es un asalto, el destino se convierte en una mala anécdota que se propaga a la velocidad de la fibra óptica.
La maldición de los “900”: entre el robo y la extorsión
La economía del turismo se sostiene sobre la percepción de valor justo. Cuando esa percepción se quiebra, se rompe la lealtad. Permítanme ilustrarlo con dos casos que ensucian nuestra marca país y que rayan en lo absurdo:
- El agua de oro: en Los Corales, Bávaro, un minimarket llegó a exigir RD$900 por un botellón de agua de 5 galones. Hablamos de un sobreprecio irracional donde la relación costo/venta es de $\frac{900}{60} = 15$. Es decir, un margen del 1,400% basado puramente en la sed del visitante.
- La ambulancia de los mil dólares: peor aún es el caso de una turista argentina deshidratada a quien se le pretendió cobrar US$900 por un traslado de quince minutos. Esto ya no es especulación; es extorsión ante la vulnerabilidad humana.
La analogía es clara: estamos construyendo una infraestructura de primer mundo, pero permitimos prácticas de piratería que destruyen la confianza. El turista de hoy no es un náufrago; es un consumidor global que compara en tiempo real. Un abuso en Bávaro se lee en Berlín o Buenos Aires en cinco minutos.
El espejo regional y las grietas en el muro
Bávaro y Punta Cana han superado a Cancún en volumen, manteniendo —hasta ahora— una ventaja competitiva en precios de vuelos y hoteles. Pero esa ventaja es oro puro que estamos fundiendo. Aunque el 70% de los turistas consideraron los precios razonables en 2023, la caída cercana al 10% en los primeros meses de 2025 es una sirena de alarma que no debe ignorarse.
Deficiencias estructurales identificadas:
- Ausencia de consecuencias: la falta de regulación en tarifas de transporte y servicios médicos crea una “tierra de nadie”.
- Debilidad institucional: ProConsumidor tiene una presencia intermitente en los polos turísticos; sus sanciones no son disuasivas frente al daño reputacional millonario.
- Miopía cultural: hemos normalizado el “aprovecha ahora”, sacrificando la rentabilidad de décadas por la propina de hoy.
El camino hacia la prosperidad sostenible
No podemos permitir que el cortoplacismo de unos pocos destruya el esfuerzo del Estado y del sector privado serio. La solución exige voluntad política y rigor técnico:
- Regulación médica inmediata: el Ministerio de Salud y el MITUR (Ministerio de Turismo) deben establecer tarifarios máximos y públicos para servicios de emergencia. La salud no puede ser un botín de guerra.
- Vigilancia activa: unidades móviles de ProConsumidor con operativos diarios y sanciones ejemplarizantes que se publiquen en los medios de mayor circulación.
- Sello de “Comercio Ético Turístico”: una certificación verificable para establecimientos que respeten el precio justo, incentivando al turista a consumir donde se le trata con dignidad.
- Campaña de cultura turística: el comerciante debe entender que el turista estafado no solo no vuelve, sino que se convierte en un detractor activo frente a miles de potenciales clientes.
La República Dominicana no puede permitirse el lujo de la arrogancia. El turismo es un contrato de hospitalidad, no un ejercicio de piratería. Proteger el turismo es proteger la reputación de la nación. Es hora de cuidar nuestra gallina de los huevos de oro antes de que el mercado decida buscar otro nido.
La elección es clara: prosperidad sostenible o decadencia silenciosa. La historia, como siempre, está observando.








