Martín Polanco
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Después del agua, el cemento es la sustancia más consumida del planeta y uno de los pilares silenciosos de la modernidad. Su presencia sostiene viviendas, edificios, puentes, carreteras, represas y grandes infraestructuras que han acompañado el desarrollo económico y social de las naciones.
La historia de este material se remonta a los primeros intentos del ser humano por unir, proteger y dar permanencia a sus construcciones, y atraviesa distintos contextos culturales, técnicos e industriales hasta convertirse en el insumo estratégico que hoy conocemos.
Las primeras civilizaciones construyeron con tierra compactada y, posteriormente, con piedra colocada en seco, sin aglomerantes, confiando en el peso y el encaje de los materiales para lograr estabilidad.
Ejemplos de ello son las construcciones ciclópeas de Grecia y las cámaras abovedadas de Micenas. Más adelante, estas técnicas dieron paso a la mampostería y al uso de ladrillos elaborados con barro, unidos mediante aglomerantes naturales como la cal, polvo volcánico o arcillas, marcando un avance significativo en la durabilidad de las edificaciones. En Egipto, los adobes (ladrillos hechos de arcilla, arena y paja secados al sol) fueron la base de numerosas construcciones. Con el tiempo, y para mejorar la resistencia al agua, comenzaron a emplearse ladrillos cocidos y yeso. Civilizaciones como la asiria y la babilónica utilizaron el asfalto como aglomerante, mientras que en torno a las pirámides egipcias persiste el debate sobre el uso de morteros a base de cal o yeso cocido. Tras la dominación romana, el uso de aglomerantes de cal se consolidó en distintas regiones.
La cal, obtenida al calcinar carbonato de calcio presente en la piedra caliza, constituye el antecedente directo del cemento. Este proceso, que genera cal viva, es una de las operaciones químicas más antiguas realizadas por el ser humano. En la antigua Grecia, la cal formó parte del llamado “fuego griego”, mientras que en la India se empleó para impermeabilizar embarcaciones. Los romanos perfeccionaron su uso al mezclarla con agregados como arena o piedra triturada, logrando pastas que endurecían al secarse y con las cuales levantaron acueductos, puentes y edificaciones que aún perduran.
Ya en la Edad Moderna, uno de los avances más relevantes en el conocimiento de los cementos estuvo a cargo del físico inglés John Smeaton. En 1756, al ser encargado de construir el faro de Eddystone, investigó morteros capaces de endurecer bajo el agua y demostró que las calizas con proporciones adecuadas de arcilla ofrecían mejores resultados. Con la construcción de la Torre de Smeaton en 1759 se inició el uso sistemático de la cal hidráulica, considerada precursora del cemento moderno y del desarrollo del hormigón. Smeaton es reconocido como padre de la ingeniería civil por sus aportes fundacionales.
Este recorrido histórico está documentado en el libro Cemento y Nación: Evolución de la Industria del Cemento en la República Dominicana, editado por la Asociación Dominicana de Productores de Cemento Portland (Adocem), con textos de la arquitecta Carmen Ortega González y una amplia investigación bibliográfica y documental que integra el desarrollo global del cemento con su impacto regional y nacional. La obra, publicada en su segunda edición en octubre de 2025, reúne aportes de investigadores, técnicos y archivos históricos, y ofrece una visión integral de un material que, sin protagonismo visible, ha sido determinante en la construcción del mundo contemporáneo.
De acuerdo con lo explicado en la obra, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, se produjeron avances decisivos. En 1796, James Parker patentó una cal hidráulica conocida como “cemento romano”, ampliamente utilizada en Gran Bretaña. En 1818, el ingeniero francés Louis Vicat publicó la obra Morteros y cementos, en la que estableció que los materiales con propiedades hidráulicas debían contener cal, sílice y alúmina. Tras recorrer canteras francesas y experimentar con mezclas artificiales de caliza y arcilla, Vicat sentó las bases técnicas del cemento moderno. En 1853, su hijo Joseph Vicat fundó la empresa cementera que aún lleva su apellido.
El momento decisivo llegó en 1824, cuando el albañil inglés Joseph Aspdin patentó el cemento Portland, obtenido al cocer a altas temperaturas una mezcla de cal y arcilla y luego molerla hasta obtener un polvo fino. El nombre se debe a su similitud con la piedra caliza de la isla de Portland, en Inglaterra. Aunque el proceso aún no estaba plenamente depurado, este hallazgo abrió el camino al cemento artificial.
Posteriormente, Isaac Charles Johnson perfeccionó el método al elevar la temperatura de calcinación, logrando cementos de fraguado más lento pero mayor durabilidad, y obteniendo el clinker, base del cemento actual.
Durante el siglo XIX, el desafío principal fue reducir los costos de producción. La solución llegó con la introducción del horno rotatorio alimentado con polvo de carbón, cuyo primer modelo fue construido en 1889 por la Keystone Company. Esta innovación marcó el despegue industrial del cemento y permitió su producción a gran escala. A inicios del siglo XX, el auge de las obras públicas, el desarrollo del automóvil y la expansión del hormigón armado impulsaron una rápida expansión del sector. EE.UU se convirtió en el principal productor mundial, fabricando en la década de 1920 cuatro veces más cemento que Gran Bretaña.
Una mirada a América Latina, quién dio inicio









