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Jet Set: entre el descuido y el vacío emocional

Javier Fuentes

En la tragedia del Jet Set, el análisis jurídico podría poner en tela de juicio el nivel de responsabilidad penal del propietario.

Y sobre esa base nos preguntamos: ¿Era suya la responsabilidad de garantizar la seguridad del lugar en cualquier noche?

¿Se escudaba tras bastidores mientras tomaba decisiones?

¿Quién tomaba las decisiones ejecutivas en medio del desastre?

Jurídicamente conforme los códigos tendríamos la respuesta.

En este caso específico del colapso del Jet Set, en lo que concierne a Antonio Espaillat, los artículos del Código Penal que podrían imputarse directamente, conforme a su rol de dueño responsable de la infraestructura y operación del local, serían: “Art. 319: Homicidio involuntario por negligencia, torpeza o inobservancia de reglamentos. Art. 320: Lesiones involuntarias por las mismas causas. Art. 265 y 267: Asociación de malhechores, si se demuestra que hubo una red de negligencia o encubrimiento con terceros. Art. 309: Lesiones agravadas si se prueba que el derrumbe causó sufrimiento físico o psicológico a sobrevivientes”.

De acuerdo al “Código Civil: Art. 1382: Daño causado por culpa del propietario (negligencia u omisión). Art. 1383: Responsabilidad por negligencia reiterada o imprudente. Art. 1384: Responsabilidad por hechos de personas bajo su autoridad o por cosas que están bajo su custodia (el edificio y su mantenimiento). Art. 1134: Cumplimiento obligatorio de los contratos, si el local fue arrendado o utilizado bajo acuerdo jurídico con terceros. Art. 1147: Daños e incumplimientos por falta de diligencia en la conservación del inmueble. Art. 1315: Carga de la prueba: el propietario debe probar que actuó con diligencia suficiente”.

Estos artículos formarían la base legal para imputar penal y civilmente por omisión del deber de cuidado, negligencia estructural y responsabilidad por el estado del inmueble y la seguridad de los asistentes.

Ahora bien, aunque en lo civil la responsabilidad no tiene cuestionamiento, es ahí donde el derecho y la ética se entrelazan.

Porque incluso si la ley lo absuelve, ¿puede la moral hacerlo también?

El hecho cierto nos ayuda a entender lo que implica dirigir un espacio que convoca multitudes, esto conlleva previsión, humanidad y liderazgo.

Y cuando esos pilares fallan, se derrumba no solo una estructura física, sino también, los cimientos en la confianza pública.

Un empresario tiene deberes que van más allá de lo contractual. Y si no lo cumple la credibilidad se fragmenta como cristales rotos en el suelo, igual que los corazones, en el Jet Set.

En lo penal, podría alegarse negligencia o imprudencia temeraria, si se comprueba que hubo advertencias y se ignoraron.

Pero más allá del expediente judicial, está el dolor humano con las madres que lloran, los hijos, las viudas, los tíos y los amigos que cargan duelos, los testigos que aún no duermen, la endecha de un pueblo, de un país.

Todos, todos ellos siguen esperando un gesto que nunca llegó: un abrazo, una disculpa, una flor, una vela con una cinta y, un pañuelo negro humedecido….

Un líder, cuando no asume o no explica, no llora ni acompaña, el vacío se hace más doloroso.

Ese silencio, duele, puede ser emocional o estratégico, pero también puede ser una forma de crueldad.

Y es lo que muchos sintieron tras la tragedia: un vacío.

No solo de cuerpo, sino de humanidad. De un empresario ausente. Una figura que se evaporó entre la humareda.

La gestión de una crisis revela el alma de quien la enfrenta. Y en este caso, lo que se vio fue un silencio denso, casi clínico.

Como si la pérdida de vidas no mereciera una reacción emocional. Cómo si el luto ajeno fuera un tema administrativo.

Esta es la dimensión más inquietante de la tragedia, no lo que ocurrió, sino lo que no se sintió.

En las redes, muchos se preguntan: ¿por qué no habló?

¿Por qué no lloró?

¿Por qué no pidió perdón?

Hay quienes lo defienden: “Antonio estaba en shock”, “no es un hombre de cámaras”, “actuó desde la discreción”.

Al final, Antonio Espaillat decidió hablar. “Yo también estoy devastado por lo ocurrido”, dijo con voz medida, en un intento por conectar con el sentimiento colectivo.

Justificación

Pero, más allá del tono, sus palabras revelaron una forma indirecta de justificación: que no se pronunció antes porque estaba “procesando” lo sucedido, y porque “quería entender antes de hablar”.

Esa pausa, aunque humana, fue interpretada por muchos como una desconexión emocional.

En medio de una tragedia, el silencio prolongado no siempre transmite prudencia; a veces proyecta distancia. Y aunque sus palabras buscaron ofrecer consuelo, no lograron responder del todo a la pregunta que muchos aún se hacen: ¿por qué no estuvo más presente cuando más se necesitaba?

El liderazgo, en momentos oscuros, no se esconde ni delega.

Se encarna…….

Y si no se puede encarnar, se debe al menos intentar.

Aquí es donde nace el juicio social.

El que no requiere tribunales, pero sí memoria.

Porque mientras haya un solo familiar esperando una explicación, habrá un país entero mirando el silencio de Espaillat, como una herida abierta palpitante a la que se pone sal.

No por lo que dijo, sino por todo lo que eligió callar.

No hay pruebas de dolo. No hay indicios de conspiración. (Tampoco estoy de acuerdo que se fuera a apresar cómo el peor enemigo del pueblo)

Pero sí hay una imagen que no se borra: la de un hombre que, ante el dolor colectivo, prefirió retirarse emocionalmente. Y esa elección lo define más que cualquier contrato.

Lo revela, incluso sin palabras. Porque el silencio también comunica….

Desde la psicología, este tipo de conducta se describe como: “evitación afectiva”. Es una desconexión consciente o inconsciente frente a experiencias que generan culpa o vulnerabilidad.

No es frialdad per se, sino un mecanismo de defensa.

Pero cuando se sostiene en el tiempo, deja de ser defensa y se convierte en patrón.

Hay quienes describen a Espaillat como un empresario “racional, pragmático, poco dado a gestos emotivos”. Alguien que aprendió a gestionar desde la distancia. Y ese estilo, aunque funciona en tiempos de calma, resulta devastador cuando todo se derrumba.

La gestión emocional en una crisis no es un lujo; es una necesidad.

La comunidad necesitaba ver al hombre detrás del nombre.

Escuchar su voz temblar.

Ver sus ojos húmedos.

Sentir que le dolía.

Pero en vez de eso, vieron evasión, silencios incómodos.

Tardanzas que dolieron más que la tragedia.

Este tipo de personalidad puede estar marcada por traumas previos o por una cultura empresarial que penaliza lo emocional. Sea como fuere, el resultado fue el mismo: después del descuido, la indiferencia percibida.

Y esa percepción se volvió condena social.

Porque en el fondo, el país no quería un culpable. Quería un rostro de líder.

Porque un líder no es quien solo crea proyectos. Es quien también enfrenta las sombras cuando esos proyectos fallan.

Antonio no lo hizo. No hubo luto público.

No hubo acompañamiento a las familias.

No hubo nada. Solo el eco de una música apagada por la tragedia.

La historia ya lo juzgó: No por lo que hizo, sino por lo que no sintió.

“Quien no se estremece ante el dolor ajeno, ya ha empezado a morir por dentro.”

No lloró con los que lloran. Y eso es más que suficiente ….(?)

Yo. ¡Sí lloré!!!!!

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