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Santo Domingo

¿Defensa incondicional?

Margarita Cedeño

En la actualidad, la democracia enfrenta desafíos que van más allá de los problemas de gobernanza, corrupción o ineficiencia. Sin temor a equivocarnos, todo indica que la amenaza más insidiosa es el olvido.

A medida que las generaciones que vivieron las atrocidades de las Guerras Mundiales o las dictaduras del siglo XX desaparecen, el compromiso con los valores democráticos parece volverse menos firme. En consecuencia, surge la preocupación de si la democracia es algo que aún defendemos incondicionalmente o es solo una opción más dentro de un menú de sistemas políticos que algunos consideran intercambiables.

Karl Popper, filosofo austríaco, escribió en La sociedad abierta y sus enemigos, advertía sobre la tentación de las sociedades de abandonar la democracia cuando esta no cumple expectativas inmediatas. Añadía, en línea con lo que otros grandes estadistas del siglo XX acuñaron en su época, que la democracia liberal no es un sistema perfecto, pero sí el mejor que hemos desarrollado porque permite la corrección de errores sin recurrir a la violencia. Sin embargo, cuando las crisis económicas, la polarización y el descontento social se profundizan, el atractivo de alternativas autoritarias crece.

Nuestra generación creció convencida de que la democracia liberal sería el destino final del desarrollo político, como decía Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre. Sin embargo, en años recientes, él mismo ha reconocido que esta afirmación era demasiado optimista. La resiliencia de sistemas autoritarios y el ascenso del populismo han puesto en duda la inevitabilidad de la democracia. Si las nuevas generaciones no sienten que la democracia es esencial, qué haremos para evitar que esta se deteriore gradualmente.

En la actualidad, demasiadas personas dan por sentadas las libertades que la democracia ha garantizado. La alternancia en el poder, la libertad de prensa y los derechos civiles se ven como elementos normales, más que como logros históricos que costaron sangre y sufrimiento. Sin el peso de la memoria, la democracia deja de parecer un principio innegociable y se convierte en una simple opción de gobierno, sujeta a ser reemplazada cuando resulte inconveniente.

En El liberalismo político, Rawls defendía la idea de que una sociedad justa solo es posible dentro de un marco democrático, donde las libertades básicas de los individuos sean protegidas por encima de cualquier mayoría circunstancial. Su concepto de la “posición original” y el “velo de la ignorancia” nos obliga a preguntarnos: ¿aceptaríamos vivir bajo un sistema no democrático sin garantías sobre nuestra posición en él?

La democracia nunca ha sido un sistema estático; requiere una defensa constante y activa. Los sistemas autoritarios no emergen de la nada, sino que prosperan en contextos de apatía, desencanto y falta de compromiso ciudadano. Si permitimos que el escepticismo sobre la democracia se normalice sin resistencia, abrimos la puerta a su debilitamiento estructural.

Es por ello que la defensa de la democracia no puede ser condicional. No depende de que el sistema funcione de manera impecable en todo momento, sino del reconocimiento de que cualquier alternativa implica mayores riesgos para la libertad y la dignidad humana. Es preocupante la falta de memoria histórica que proteja la democracia como la conocemos, cuando su protección debe ser, ahora más que nunca, una causa incondicional de toda la humanidad.

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